Los pilotos de Mexicana que emigraron
Estos son los relatos de profesionales de la aviación que se vieron obligados a buscar nuevos horizontes de vida tras la quiebra de la compañía aérea.
Una rendija de esperanza para Mexicana de Aviación. Foto: Alfredo Estrella/ AFP
Ahora que por estos días ha surgido la posibilidad de que Mexicana vuelva a operar, dos de los pilotos que firmaron contrato en el extranjero tienen opiniones encontradas: desde Asia, el primer oficial Alejandro Arroyo tiene algo muy claro: “El dinero no lo es todo en la vida. Prefiero estar cerca de mi familia. Si se dan las condiciones, me regreso de inmediato a México”. Por su parte, Jorge Abadie, comandante de un Boeing 767, quien a diario sueña con unos tacos de El Tizoncito, aun cuando retornar a su patria es lo que más le gustaría, no lo hará. Formalizó un compromiso de trabajo por tres años. Abandonar Qatar significaría fallar a las personas que depositaron su confianza en él. Sabe que la cantidad de plazas que ofrecerá la nueva Mexicana no alcanza para todos.
Pero vayamos a las historias…
El piloto Alejandro Aguilera tomaba fotografías aéreas por afición
mientras volaba; ahora se gana la vida como fotógrafo. Foto: Especial
Foto: Alex Aguilera
Foto: Alex Aguilera
“NO NOS QUEDÓ DE OTRA QUE EMIGRAR COMO PATOS”
La compañía aérea que contrató a Arroyo tiene su sede en Ulán Bator, una de las ciudades más frías del mundo: en un día caliente el termómetro registra los 15 grados bajo cero. Hasta Mongolia se ha ido este hombre de 48 años con tal de tener trabajo y de mantenerse actualizado en su profesión. Y relata, a través de Skype, que pese a las bajísimas temperaturas, allá afuera, al pie del edificio donde vive, juegan los niños a perseguirse entre ellos y corren unos tras otros como si se encontraran en Cuernavaca en una tarde soleada.El desenlace laboral que ha tenido este piloto no deja de ser un hecho inusitado. Cuando estaba a unos días de cumplir tres décadas en Mexicana, surgió la noticia de la quiebra financiera. Sin empleo por más de 12 meses, decidió dejar a su familia y una casa propia en la capital de la eterna primavera, para irse a un lugar donde sus habitantes usan calcetines de piel de camello para soportar el frío.
Para que le crea, se alza las bastillas del pantalón y enfoca con la camarita de la computadora los gruesos calcetines hechos con la piel de ese mamífero rumiante. Y entonces pasa a explicar su situación recordando los viajes que realizan algunas especies de aves. “A los pilotos de Mexicana no nos quedó de otra que emigrar como patos…”.
Pero antes de volar a uno de los lugares más helados del orbe, localizado apenas abajo de Siberia, este Primer Oficial buscó la manera de ganarse la vida en Cuernavaca. Aterrizó un proyecto que desde hacía tiempo ilusionaba: montó una panadería con sus ahorros. Incluso su madre le ayudó con algo de capital. Sin embargo, la nueva aventura le duró únicamente tres meses. Le cayó el narcotráfico y decidió traspasar la panadería.
Recibió amenazas telefónicas y personales. Escuchó primero con asombro y luego con estrés que tenían ubicada a su familia. Y tras comprobar que no se trataba de una broma, pagó a Los Zetas una fuerte cantidad y se dijo a sí mismo: “¡Alejandro! ¡Mejor regrésate a tus aviones….!”.
Y volvió a ellos, aunque tuvo que mudarse a un sitio con temperaturas tan extremas que parecen poco propicias para vivir. Ahora hasta las tareas más simples se le han hecho complicadas; por ejemplo, quiso lavar la ropa en su nuevo departamento, pero las instrucciones de la máquina estaban en ruso. “La necesidad de dinero me hizo venir acá. Aquí se habla muy poco inglés. Hoy me encuentro feliz porque encontré un súper que vende chipotles, chiles jalapeños y salsa Tabasco. ¡Qué más puedo pedir! Sólo me falta mi harina de hot cakes de la negrita”.
De algo está seguro Arroyo, aun cuando su sueldo supera al de muchas compañías de aviación: “Si vuelve a arrancar Mexicana, me regreso a mi país. Convivir con mi familia es más importante que el dinero”.
Padre de dos hijos, uno de 14 y otro de 19 años, se siente afortunado de haber retornado a la cabina de un Airbus 320. Dice que ya extrañaba tripular una aeronave, aunque fuera vestido de pijama o de pantalón de mezclilla. “A lo mejor, lo de la panadería no era lo mío. ¿Qué podía hacer? En nuestro país la policía y la delincuencia organizada son cómplices. Si denunciaba ponía en riesgo a mi familia”.
Dice que poco a poco se ha ido adaptando a una ciudad donde aún quedan residuos del socialismo. Para la mudanza el Primer Oficial se llevó un rosario, cargó con varios frascos de salsa Valentina y una almohada que le hizo su abuela. “Si me ofrecen otro contrato por un año, tendré que decirles que no. ¡Añoro mi cama y aquí hace un frío bestial! Me han dicho que el termómetro ha llegado a marcar los 49 grados bajo cero. ¿Te imaginas lo que será eso?”.
Despegue de Londres en un Airbus.. Foto: Especial
La aerolínea de Qatar dio empleo a 40 pilotos de Mexicana, entre ellos a Jorge Abadie. Foto: Especial
“EN LOS ÚLTIMOS MESES YA ESTABA EN ECONOMÍA DE GUERRA…”
Abadie es uno de los 40 pilotos de Mexicana que se fueron a trabajar a Qatar, un país situado en la Península Arábiga y cuya superficie es más o menos similar al estado de Querétaro. Para este comandante ha sido una alegría que a los 57 años de edad le permitan de nueva cuenta empezar de cero. Una alegría de algún modo contenida, porque la decisión implicó no sólo separarse de su esposa y sus cuatro hijos, sino también dejar a su madre de 82 años.Alejarse de su mamá fue probablemente lo que más le pesó. Se vio obligado a buscar trabajo por todo el mundo, incluso viajó a China y Panamá para algunas entrevistas, hasta que finalmente consiguió una plaza en Medio Oriente. “El último día que estuve en México, fui al plantón de mis compañeros y se me salieron las lágrimas”, dice desde su departamento en Doha, donde aún le asombra descubrir en lo alto del cielo un sol muy blanco como una moneda de plata. “Ya me tocó caminar por las calles entre una tormenta de arena. En situaciones así, hay que usar tapabocas”.
También le causó asombro otra escena: ver cómo las mujeres árabes dejan los autos encendidos y con la calefacción funcionando mientras realizan las compras en el súper. Lo hacen para encontrar fresco el interior del coche tras ir por la despensa.
Hay algo que pone muy contento al comandante Abadie: suele escuchar por internet Yucatán FM, una estación de radio que le ayuda a sobrellevar la soledad. No se le olvida que meses antes de que le dieran la residencia qatarí, semanas previas a aterrizar en un país tan rico que hasta el sanatorio más sencillo hace parecer al Ángeles de Interlomas como un hospital de segundo nivel, vaya que las pasó duras.
Acostumbrado a realizar los los gastos fuertes de la familia, llegó el día en que, al encontrarse sin empleo y sin luces de resolverse el asunto de Mexicana, extendió la mano para pedirle dinero a su esposa, Teresa Torres, pensionada del ISSSTE.
Sólo le faltaban dos años y medio para su jubilación, cuando la quiebra lo sorprendió. Su plan, una vez que colgara el traje de piloto, era dedicarse a impartir clases de Filosofía a nivel preparatoria y a disfrutar de Natalia, su nieta, a la que suele inventarle cuentos para entretenerla. Ese era el proyecto de un hombre al que de pronto su plan de retiro se le desmoronó.
Dejó de ser el hombre fuerte de la familia y supo lo que era vivir en casa una economía de guerra: vendió su coche, canceló la televisión por cable, el seguro del auto de su esposa pasó de cobertura completa a daños a terceros, comenzó a trasladarse en Metro o Metrobús, y ni siquiera pensó en el cine o en comer fuera de casa.
La situación que atravesaba lo convirtió en un obsesivo lector de noticias por internet. Desde la mañana hasta la noche leía las páginas que publicaban cualquier cosa en relación a la quiebra financiera de Mexicana. Los ahorros volaron en ese año y medio que estuvo sin ingresos.
Teresa Torres, con quien lleva 28 años de matrimonio, resume así el viaje a Qatar que por necesidad realizó su esposo: “Yo lo veo como un paréntesis en nuestras vidas. Cuando trabajaba en Mexicana se desaparecía cinco días, pero siempre volvía. Sé que lo dejaré de ver por mucho tiempo. Él me ha pedido que le acompañe, pero yo me pregunto: ‘¿Qué voy a hacer allá? Sin hablar inglés, sin amigos y en un cultura tan distinta. Si finalmente voy a estar sola, prefiero que sea en mi país’”.
Abadie recuerda las horas que jugaba con su nieta. Esa niña, gracias al Skype y en plena fiesta por su cuarto cumpleaños, no sabía qué hacer: abrazar la computadora o meterse por la pantalla como en los cuentos fantásticos que le inventaba el abuelo.
“Lo que más me gustaría es volver a México, pero no es necesariamente lo que puedo y debo hacer. Regresar a Mexicana sería quitarle una plaza a alguno de mis compañeros. Aquí, en Qatar hay un mundo de trabajo y bien pagado. Pero no dejo de sentirme sorprendido por lo lejos que estoy de mi casa, sobre todo de mi despacho, el lugar favorito para leer mis libros de filosofía”, confiesa antes de despedirse.
Alejandro Arroyo (de chamarra amarilla) fue a trabajar a Ulán Bator, Mongolia. Foto: Especial
Imagen aérea del aeropuerto Gengis Khan, de Ulán Bator. Foto: Especial
“¡EXTRAÑO A ESE MONSTRUO DE 300 TONELADAS EN MIS MANOS…!”
Alejandro Aguilera es probablemente el único piloto en el mundo que es autor de decenas de exposiciones de fotografía aérea. En la actualidad, un fragmento de su obra es exhibida al público en la Terminal Uno del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.Este Primer Oficial con licencia para tripular un Boeing 767, tenía 51 años de edad cuando Mexicana suspendió las operaciones. Al día de hoy, suma 16 mil horas de vuelo, una cifra que es oro molido para cualquier empresa de aviación. Pero debido a su rango, su edad y el tipo de avión en el cual se especializó —del que no hay tantos en el mundo—, le ha sido difícil encontrar trabajo fuera de México.
La mejor solución para este piloto que lleva 16 años fotografiando desde las cabinas de los aviones de Mexicana, fue solicitar una plaza de menor rango, como si sumara menos horas de vuelo.
Su último viaje como Primer Oficial fue a San Pablo, Brasil, el 13 de agosto de 2010. Y al igual que muchos de sus compañeros, el dinero que había destinado para su jubilación lo ocupó para afrontar la crisis. Él mismo se fijó un nuevo sueldo con sus ahorros e hizo ajustes a la baja. Dejó tantas de las comodidades propias de los pilotos y ya ni siquiera va a la fonda de la esquina.
La quiebra de Mexicana fue para él como un batazo en la nuca, uno seco, despiadado, casi criminal. No hace más de dos años que desde su oficina, a miles de metros de altitud, podía ver el mar, el Atlántico, la costa de Canadá, la selva amazónica, los Andes. Hoy no se resigna a contemplar las paredes de su casa. “¡Es horrible!”, se lamenta; pero es un convencido de que la vieja señora de la aviación, con 90 años de historia, saldrá adelante, cueste lo que cueste. “Me siento como un pájaro encerrado en una jaula. ¡No sabes cómo extraño a ese monstruo de 300 toneladas en mis manos…!”.
El piloto Agustín Garci-Crespo, hoy empresario. Foto: Especial
Protesta del personal de Mexicana en la Ciudad de México en marzo de 2011. Foto: Rodolfo Angulo/ Cuartoscuro
“CAÍMOS AL HOYO, PERO DIGAMOS QUE YO DI EL BRINCO”
A Agustín Garci-Crespo la quiebra de Mexicana lo empujó a cambiar de profesión. Hoy es gerente de una microempresa de biotecnología aplicada a la agricultura. Pero el chip de piloto sigue integrado en su cabeza. Por eso, al escuchar un avión en lo alto del cielo, no puede reprimir el impulso de alzar la vista para mirar con detenimiento la nave. Entonces se pone a calcular la altitud y la velocidad del avión, hasta que lo ve desaparecer a la distancia.Pero dirigir la vista al cielo a veces lo pone de malas. Hay algo que lo obliga a bajar la mirada: descubrir que ese avión trae la leyenda de Volaris o Interjet. Eso no lo soporta. “Estas dos empresas resultaron beneficiadas con la chicanada que nos hicieron. La primera es de Pedro Aspe, y la segunda de Miguel Alemán, quienes tuvieron influencia en la quiebra inducida de Mexicana…”.
Garci-Crespo, de 53 años, hijo de un piloto privado, se sabe de memoria la ruta México-Buenos Aires. La voló por casi una década. Cuenta que su hijo de 12 años aún le suplica que regrese al mundo de la aviación. “Varias veces lo llevé conmigo en la cabina. ¡Y lógico! Para él era como un sueño”.
Un sueño que él ha tratado de olvidar para así dar paso a un nuevo ciclo en su vida. “No he tenido ni tiempo ni ganas de pensar en lo que perdí…”. Se concentró de lleno en la administración de empresas. No le va nada mal, y se dice satisfecho de formar parte de una compañía que se preocupa por cuidar el medio ambiente.
Su madre, sabedora del crucial momento que pasaba su hijo, para animarlo le regaló una reflexión del novelista brasileño Paulo Coelho, que en sus primeras líneas dice así: “Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos. Como quieras llamarlo, lo importante es poder cerrarlos, dejar ir momentos de la vida que se van clausurando…”.
Eso hizo Agustín Garci-Crespo, un comandante en tierra firme, que a la menor provocación suele dirigir la vista al cielo, en un gesto que confirma que donde quiere que él se encuentre, nunca dejará de ser piloto.
Óscar Jiménez Manríquez