27 septiembre 2020

El manual del perfecto agremiado

 

El manual del perfecto agremiado

Estimados lectores, ¿cómo se imaginan ustedes que es un agremiado perfecto? Dentro del mundo sindical, como en muchos otros ámbitos, padecemos de la cultura de la “desinformación”; o dicho sin eufemismos, es una falta de educación laboral. ¡Ojo!, no me refiero a la preparación académica, sino a que como grupo económicamente activo no vemos lo necesario que es educarse laboralmente.

Miles de jóvenes son arrojados a buscar empleo sin siquiera saber que existe una Ley Federal del Trabajo, y conocer sus derechos, no es precisamente su prioridad. Entre empleos mal pagados y outsorcings, nuestra juventud, así como los que ya llevan tiempo laborando, no se preocupan por saber lo más básico de la ley que regula el empleo. No que sean expertos en dicho ordenamiento legal, pero sí los mínimos y máximos ahí establecidos.

Es fácil inferir que este tipo de desconocimientos llega a niveles de verdadera indolencia cuando hablamos de los sindicatos. Si una ley general, de observancia y aplicación obligatoria en todo el país es ignorada, hablemos de lo que sucede con la “ley interna” de cada sindicato: los tan mentados estatutos. ¿Los qué?, dicen muchos agremiados. Triste, pero cierto; son pocos los trabajadores sindicalizados que conocen los que regulan la vida de su propia organización sindical.



Es por eso que hoy me he puesto mi traje de Dra. Frankestein y crearé “un perfecto agremiado”. Aunque mi obra maestra va enfocada principalmente para los sindicatos de aviación, el experimento aplica para el resto de trabajadores... muajajá (es mi risa perversa).

Tomemos el ejemplar en cuestión; hombre de mediana edad, pasados los 30 años, que se llamará Eusebio. Cuando ingresó a la aerolínea y firmó su planta, ya se sabía perfectamente los artículos de la Ley Federal del Trabajo que le atañen a su nuevo empleo. Con gran entusiasmo fue a su primera junta sindical, en donde le explicaron la importancia de aprenderse los artículos más básicos de su ley interna: el Estatuto.

Mi creatura (porque yo lo creé) no se conformó con lo básico, sino que se aprendió el Estatuto por completo; jamás faltó a una asamblea o junta particular, siempre ejerció su derecho al voto, y dentro de sus labores diarias respetaba el Reglamento Interior de Trabajo; sin chistar cumplía con todas y cada una de las nuevas reglas, procedimientos, manuales. Por supuesto, nunca fue sorprendido, amenazado ni engañado por nadie del sindicato, mucho menos por su empresa, pues estaba consciente de sus derechos y de sus obligaciones. Nunca tuvo que pedir favores, prebendas o canonjías. Siempre supo a qué le daba derecho su trabajo.

Es evidente que la realidad no es así. Existen algunos garbanzos de a libra, pero son muy escasos. La verdad es otra y no me gusta, porque es precisamente de esa ignorancia la que aprovechan los empresarios rapaces para abusar del trabajador. Saben que no sabe, y por eso con la mano en la cintura le dicen: “si no firmas tu renuncia voluntaria, no te recontrato”. De ignorancia pasa a ser ignominia, pues el trabajador desinformado aceptará sin chistar todas las modificaciones, cambios, reducciones que se le antoje al empresario, porque de no hacerlo “pierde la chamba”.

Es evidente que, entre el dueño de la empresa y el trabajador, la relación es completamente vertical, derivada del poder económico. Esa es la razón por la que existen los sindicatos, para que sea precisamente un trabajador, que conoce perfectamente el día a día de un centro laboral, sea el representante, y por su voz hable toda la planta productiva. Aquí es donde llegamos a la parte más dolorosa y triste. La relación entre representantes y agremiados debería ser totalmente horizontal, ya que estamos hablando de un grupo de trabajadores que recibió de sus colegas la encomienda de representarlos ante la empresa.

En esto último voy a hacer una pausa, porque es indispensable que todos aquellos agremiados a un sindicato lo entiendan de una vez. Es de lamentar que en este país el charrismo sindical está la orden del día, pero es todavía más lamentable que los sindicatos que se jactan de ser “democráticos e independientes”, sean solo una caricatura de asociación a la que no le importa violentar su propia ley interna para seguir idénticos pasos de los líderes charros, y eternizarse en el cargo.

Sí, el ejemplo más claro de ello es ASSA de México, quien era uno de los pocos sindicatos democráticos de este país, junto con ASPA. Ambas agrupaciones sindicales se liberaron del yugo de la CTM; primero los pilotos y un año después los sobrecargos. Por eso nuestros estatutos de sobrecargos son tan parecidos a los de los pilotos, porque fueron la base para la elaboración de los nuestros.

Originalmente, tanto en ASPA como en ASSA, los cargos sindicales sólo duraban tres años, y no existía por ningún motivo la reelección. Así que cada año, se salía a votaciones para cambiar un tercio de la representación sindical. Tampoco se usaban las “planillas”, dejando que tanto pilotos como sobrecargos de manera libre, decidieran participar de la vida sindical.

Pero con la llegada de Alejandra Barrales, y movida evidentemente por la ambición de poder, propuso la reforma al artículo 64 del estatuto de ASSA, para permitir la reelección, misma que fue aprobada y quedó de la siguiente manera: “Ningún Miembro podrá desempeñar el mismo puesto por más de 6 años”. El argumento vertido en aquella ocasión por la representación sindical fue que 3 años era “muy poco tiempo” y que lo ideal serían seis años, a manera y semejanza del poder ejecutivo de este país.

Cuando Barrales veía que su segunda gestión al frente de ASSA estaba por concluir, salió a una Asamblea de Reforma Estatutaria pidiendo la modificación de que “por tercera y única ocasión” pudiera contender al cargo de Secretaria General de la Asociación”. El rechazo de los sobrecargos a su intento de incrustarse en ASSA como la humedad fue estrepitoso; la planta votó por el candidato rival. La anécdota es famosa: el 31 de enero de 2001, día que Barrales debía dejar su cargo en ASSA, el nuevo Secretario General, entró al edificio de la sede sindical, apoyado por un nutrido número de sobrecargos, con todo y mariachi entonando “Las golondrinas”. El mensaje fue claro: los sobrecargos no estaban dispuestos a perder la vida democrática sindical a cambio de las aspiraciones políticas de una sola persona.

Arturo Aragón Secretario General de ASSA

Arturo Aragón, Secretario General de la ASSA de México

Sin embargo años después el alumno superó al maestro. Ricardo Del Valle pasó por la delegación de Aeroméxico de una manera bastante gris, para después ocupar el cargo de Secretario de Conflictos, en la segunda gestión de Alejandra Barrales. Como representante sindical, Ricardo dejó mucho que desear, en opinión de bastantes de mis compañeros de Mexicana, a quienes acompañó en diligencias con Relaciones Laborales de la empresa. Relatan que Del Valle aconsejaba a los sobrecargos “aceptar su renuncia”; no fueron pocos los compañeros que lo sacaban de la cita en laborales para defenderse ellos mismos, pues opinaban que Ricardo era un verdadero inepto, que ni hablar bien sabía.

Este personaje, torpe en su hablar, parco para expresar sus ideas, muy corto de miras, pero grande en ambiciones personales. Mediante una ilegal Asamblea de Reforma Estatutaria logró reelegirse no una, sino dos veces más; es decir lleva al frente de la Asociación cuatro gestiones. En más de una década, los excesos propios de todo líder charro han aparecido. Por ejemplo, no ha dudado en echar mano del personal que labora para el sindicato, como los choferes, al grado de designar a uno de planta al servicio de la mamá del líder sindical.



¿Ha podido hacer todo esto, en las sombras y sin que nadie se entere? No, sería imposible de realizarse sin la ayuda de los propios sobrecargos, que ignorantes de lo que dice el Estatuto, permitieron y avalaron las modificaciones. Y es que nadie hace valer la ley interna, pues no la conocen siquiera. Creen a pie juntillas lo que dice el líder sindical, dado que la relación que mantiene con sus agremiados es totalmente vertical, y no horizontal.

Los sindicalizados han olvidado completamente que el Secretario General no es su  patrón, no es el dueño de la empresa, ni siquiera es su progenitor o un ser iluminado a que se le deba respeto y veneración; es otro compañero igual que ellos, cuya responsabilidad es ostentar una personalidad jurídica ante la empresa y representarlos, por lo tanto, la relación con el Secretario General debiera ser de tú a tú, porque son iguales. Tengo cientos de capturas de pantalla de las alabazas y loas que en redes sociales le hacen a Ricardo Del Valle. La verdad es que muchas rayan en lo enfermizo y patético. Pero el líder aprovecha y se pone por encima de los agremiados, haciéndoles creer que es un ser superior que merece pleitesía.



Compañero trabajador: está en tus manos cambiar esta inercia tan perjudicial para tu vida laboral, y para el sindicalismo en general. No necesitas tener poderes sobrenaturales, ni una posición económica privilegiada. Deja de pensar que el representante sindical es una especie de oráculo que siempre tiene la razón, que nunca se equivoca y maneja información ultra secreta. No son ellos los que deben tomar las grandes decisiones, porque no son ellos la autoridad máxima. Me consta que conocer la ley, y saber el contenido de los estatutos es sumamente importante, pero no lo es todo. Si no hacemos valer nuestros derechos, si no exigimos cuentas a los representantes, si dejamos que otros tomen las decisiones de manera arbitraria y saltándose los procesos establecidos, solo serán montones de palabras muertas en hojas de papel.

 

Ximena Garmendia

27 de septiembre 2020