19 julio 2020

¿Existen los aeropiratas?


¿Existen los aeropiratas?

En el imaginario de ficción, los piratas son esos seres enigmáticos, exóticos y siempre llamativos; personajes recurrentes en las novelas de color rosa que “roban” al unísono nuestro corazón y el de la protagonista de la historia; también suelen ser aquellas figuras que mientras brindan con vino, cerveza o aguardiente a bordo de un barco, planean cómo robar bergantines españoles y llevarse el tesoro de la corona, para volverse ricos, o por mera diversión.

Pero en la vida real el tema es totalmente diferente. En la historia de la aviación mexicana se tienen varias historias de secuestros a aeronaves por diversos motivos, desde políticos hasta religiosos, por lo que vale la pena recordar algunos ejemplos, tomando en cuenta que a raíz de estos eventos, se fortalecieron los procedimientos a bordo con el personal de cabina, ¿me acompañan?

Corría el año 1972, el día elegido fue el 8 de noviembre, el lugar: el Aeropuerto Internacional Mariano Escobedo de la Ciudad de Monterrey, en el estado de Nuevo León. El vuelo seleccionado, el 702 de la Compañía Mexicana de Aviación, cuya hora de partida rumbo a la Ciudad de México era a las 9:20 de la mañana. El avión era un brioso Boeing 727, con 110 pasajeros a bordo.

A las 9:35 a.m., el capitán del vuelo llama a la torre del control del aeropuerto de Monterrey. Cuatro sujetos armados acababan de secuestrar el avión. A la cabeza de los secuestradores estaba German Segovia Escobedo, miembro de la autodenominada Liga de Comunistas Armados, supuesto grupo insurgente de la Universidad de Nuevo León, conformada por estudiantes y maestros.

Los motivos para realizar el secuestro a la aeronave, eran solicitar la liberación de sus compañeros detenidos, cinco para ser exactos, a cambio de los pasajeros del avión. Los aeropiratas aseguraban llevar a bordo una carga explosiva.

Una vez que lograron la liberación de sus compañeros, emprendieron el vuelo en el mismo avión rumbo a Cuba. Una vez que el vuelo de Mexicana aterrizaba en el Aeropuerto Internacional José Martí de la ciudad de la Habana, los secuestradores pidieron asilo político.

Evidentemente este no ha sido el único secuestro en el país. Durante los peores años de la “Guerra Sucia” en México, entre 1968 y 1973, se tuvo registro de cerca de 12 aerosecuestros iniciados en territorio nacional, todos con destino a Cuba. En su momento se llegó a rumorar que el gobierno caribeño hacía negocio, pues cobraran derecho de uso de pista y combustible, entre otros servicios.

En la siguiente década, para ser más precisos, en 1988, un avión DC-9, es secuestrado cuando sobrevolaba la ciudad de Aguascalientes, en México. El secuestrador, Marco Aurelio Ganem Velázquez, entró a la cabina de pilotos, y amenazando con una pistola, solicitó se desviara el vuelo a la ciudad de Brownsville, Texas, en Estados Unidos. Era el vuelo 179 operado por Aeroméxico, mismo que fue desviado de su ruta original Los Mochis-Ciudad de México. Por este motivo el capitán solicitó autorización para aterrizar en la Ciudad de Monterrey, con el objeto de recargar combustible a la aeronave, momento que se aprovechó para que descendieran del equipo los 111 pasajeros. Las autoridades actuaron y arrestaron al secuestrador, frustrado sus ilegales pretensiones.



Antes de la llegada al nuevo milenio, ocurrió otro aerosecuestro. El día 10 abril de 1999, Víctor Pardo Gutiérrez trató de secuestrar el vuelo 232 de Aeroméxico, que salía de la Ciudad de México con destino a la ciudad de Monterrey. La narración periodística de la época cuenta que el delincuente, en un descuido de los tripulantes, entró a la cabina de pilotos, y con un picahielos amagó al capitán de la aeronave. Después se supo que el picahielos era en realidad un termómetro para carne, y que la intención del secuestro era demostrar la poca seguridad e insuficientes protocolos de los aeropuertos y las aerolíneas. Tengan presente esta fecha, porque más adelante regresaré a este punto.

Ya en el nuevo milenio se dio un secuestro muy peculiar el 9 de septiembre de 2009. En el vuelo 576, un Boieng 737, con 104 pasajeros y 7 tripulantes de la aerolínea del caballero Águila, procedente de Cancún rumbo a la ciudad de México, abordó Josmar Flores Pereira, un pastor boliviano que con tres latas de jugo rellenas de tierra, unos cables no conectados y unas luces, simuló una bomba y amenazó con estallar el avión, ya que había tenido “una revelación divina”, según recogió la prensa de ese momento. La realidad es que quería llamar la atención del entonces presidente Felipe Calderón.

Los casos anteriores han servido para actualizar y perfeccionar los protocolos de seguridad en caso de irrupción ilícita a cabina de pilotos, sobre todo después del evento acontecido el 11 de septiembre de 2001, en los Estados Unidos.

Antes de pasar a la siguiente parte de esta columna, debo hacerles un resumen del acta levantada ante el ministerio público, del caso del vuelo 232 de la empresa Aeroméxico, en la fecha que pedí que recordaran. En el acta se narran los siguientes hechos:

Siendo aproximadamente las 20:40 horas del día 10 de abril de 1999, el sobrecargo ejecutivo Antonio Real entró a la cabina de pilotos para preguntar en cuánto tiempo estarían volando sobre Ciudad Victoria, ya que un pasajero lo consultaba. El capitán le informó que eso sucedería en aproximadamente 6 minutos, acto seguido el pasajero empuja de manera violenta al sobrecargo y se aproxima al capitán con un objeto punzo cortante, el cual es colocado en el cuello del capitán Mario Marcial Mercader Díaz de León, indicando que en el cinturón trae consigo un explosivo plástico. Tratan de calmarlo, y al realizar esa acción, el pasajero se identifica como agente de seguridad, y que demostrará que no existe seguridad a bordo. El capitán le da la orden al copiloto César Roldán de declarar al vuelo en emergencia por interferencia ilícita y el sobrecargo Antonio Real trata de calmar al presunto secuestrador, logrando despojarlo de su arma punzo cortante, así como de su detonador. Logrando sacarlo de la cabina de pilotos.



A continuación, quiero compartirles la entrevista que tuve el gusto de hacerle al sobrecargo ejecutivo de ese vuelo, Antonio Real, que de viva voz me narró su experiencia.

X.G.: Buenas noches, antes que nada muchas gracias por aceptar la entrevista. Dime ¿qué ocurrió en el vuelo 232 del día 10 abril de 1999?

A.R.: Me encontraba al frente del avión, recuerdo que era un MD. El pasajero estaba sentado en la fila 3B (bravo). En ese tiempo, ese equipo sólo tenía tres filas de clase Premier; se notaba que era un pasajero frecuente, ya que sabía por el tiempo estimado de vuelo, las zonas por donde sobrevolaba el avión.

X.G.: ¿Qué hizo el pasajero durante el vuelo?

A.R.: Tocó el botón y me pidió una bebida, fui al galley a prepararlo y volvió a tocar el timbre para preguntar sí ya estábamos volando sobre Ciudad Victoria, el vuelo era de la Ciudad de México a Monterrey.

X.G.: ¿Qué hiciste?

A.R.: Toqué la puerta de la cabina de pilotos y fue el capitán Mario quien me abrió la puerta, así que le pregunté cuánto faltaba para pasar por Ciudad Victoria y me respondió que estábamos a 5 minutos, cuando me doy la vuelta, el pasajero del asiento 3B estaba detrás de mí y me empujó hacia la puerta L1 del avión, consiguiendo entrar de esa forma a la cabina de pilotos.

X.G.: Una vez que el pasajero entró a la cabina de pilotos ¿qué hizo él?

A.R.: Lo que hizo fue sacar de su camisa una especie de objeto punzo cortante, que al final resultó ser un termómetro industrial, de los que se usan para los pavos de navidad. Colocó la punta metálica en el cuello del capitán Mario, cuando cambió de mano el termómetro para mostrar que traía un explosivo plástico en el cinturón, que era en realidad una pila extra de su teléfono celular, pude asirle la mano que le quedaba libre y a empellones logré sacarlo de la cabina de pilotos y empujarlo hacia el galley delantero.

X.G.: ¿Qué hicieron los pilotos cuando sacaste al pasajero de la cabina?

A.R.: Cerraron la puerta y avisaron de un intento de secuestro de la aeronave. Por protocolo regresamos a la ciudad de México, dando aviso en aquel entonces, a la Policía Federal y de Caminos.

X.G.: Mientras los pilotos volaban de regreso ¿Tú que hiciste con el pasajero?

A.R.: Para empezar yo era el único hombre en la tripulación, en total íbamos 4 sobrecargos, tres mujeres y yo, ellas estaban en la parte trasera dando el servicio en clase turista a los pasajeros. Una vez que lo empujé al galley, el pasajero mostró desconcierto, y hasta extrañado parecía de su propio comportamiento, era evidente que trataba de decir que lo había hecho para demostrar la nula seguridad aeroportuaria, pero no era la manera de hacerlo. Así que aprovechando su desconcierto, lo regresé a su asiento en la 3B y me senté a su lado, vigilándolo en todo momento. Le pedí a una compañera que se sentara en mi estación de sobrecargos para aterrizar.

X.G.: ¿Qué pasó una vez que el avión aterrizó en la ciudad de México?

A.R: Llegaron los policías federales a la puerta del avión y me dijeron que no entrarían hasta que el avión no les autorizara. El capitán Mario me había dicho que les dijera que les daba autorización para pasar y detener al pasajero. Bajó todo el pasaje y también la tripulación de pilotos y sobrecargos. Los policías federales y el pasajero nos fuimos a la comandancia del aeropuerto, donde había un Ministerio Público. Por suerte, yo conocía a uno de los policías federales, así que eso ayudo a que todo se agilizara.

X.G.: Una vez que llegan al Ministerio Público ¿qué hacen?

A.R.: Pues para esto, el pasajero antes de que pasáramos al Ministerio Público a declarar, le dio un ataque de hipoglucemia, por lo que una compañera y yo le dimos primeros auxilios, hasta que llegaron los paramédicos del aeropuerto y lo trasladaron al hospital ABC. Lo cual resultó curioso, porque antes lo había sometido a bordo del avión y después, ya en tierra, les estábamos brindando primeros auxilios, porque el pasajero se había desmayado.

X.G.: ¿A qué hora sucedió todo esto?

A.R.: Cerca de las nueve de la noche, nos amanecimos en las oficinas de la Comandancia dando nuestras declaraciones, sobre todo, el capitán, el copiloto y tu servidor, porque mis tres compañeras, no vieron nada, como te conté, estaban en la clase turista dando su servicio, y esto pasó en la clase Premier y el galley delantero, bueno, en la cabina de pilotos también.

X.G: ¿Qué pasó después de levantar el acta correspondiente a los hechos en el Ministerio Público de la Comandancia del Aeropuerto?

A.R.: A los pilotos les pagaron una noche en el hotel de enfrente de la terminal 1, y a los sobrecargos, pues nos mandaron a casa a descansar.

X.G.: Después de haber realizado el levantamiento del acta, ¿qué te dijo la empresa y el sindicato?

A.R.: La empresa me bajó de vuelo casi un mes, y sólo me mandaron Tafil, que es un antidepresivo y Centrum que son vitaminas.



X.G.: ¿Hubo algún otro apoyo por parte de la empresa?

A.R.: No, sólo eso, no tuve apoyo ni psicológico ni económico.

X.G.: ¿Y por parte del sindicato?

A.R.: Tampoco, nada.

X.G.: Recuerdas ¿quién era Secretario General de ASSA?

A.R.: Perfectamente, era Alejandra Barrales y te repito, no existió apoyo alguno ni de parte del sindicato de sobrecargos ni por parte de la empresa. De hecho, después tuve que ir a declarar al reclusorio.

X.G.: ¿Tuviste asesoría legal por parte de ASSA de México?

A.R.: La verdad, no, fue el abogado de ASPA quien me brindó la ayuda jurídica necesaria, ahora no recuerdo su nombre, pero tuve mucho apoyo del capitán Mario y del copiloto.

X.G.: A toro pasado, ¿qué hubieras hecho diferente en ese momento?

A.R.: Tengo que admitir que en ese momento la seguridad del aeropuerto era una baba de perico, ¿cómo es posible que el pasajero pudiera pasar los filtros?, y es que nadie lo revisó, porque no les parecía necesario, todo cambió cuando ocurrió lo del 11 de septiembre del 2001. Fue hasta ese momento que se preocuparon por los protocolos de apertura de puerta de cabina de pilotos. Pues la verdad, hubiera hecho lo mismo.

X.G.: ¿Qué experiencia ganaste con este evento?

A.R.: Me volví más observador, más quisquilloso, sin embargo, la experiencia me dejó un regusto amargo, porque para la empresa no eres más que un número, nunca hubo un reconocimiento de su parte. Y es triste, porque hay excelentes sobrecargos, que tienen la camiseta bien puesta y que son gente sumamente valiosa para la aviación.

X.G.: Una vez que se dieron los sucesos del 11 de septiembre de 2001 ¿qué hizo la empresa?

A.R.: La empresa modificó el adiestramiento y puso especial énfasis en la interferencia ilícita por parte de pasajeros a cabina de pilotos, se hizo un simulacro con encapuchados y armas que parecían reales, pero después de que se quejaron los sobrecargos que les estresaba mucho ese adiestramiento, la empresa procedió a retirarlo.

X.G.: ¿Algo más que quisieras agregar?

A.R.: Nada más que el sindicato y la empresa quedaron en que nos iban a dar un reconocimiento y no hubo nada. En el caso de ASSA, yo tenía la nota del secuestro de la aeronave, y el trabajo periodístico que había hecho Reforma era muy sobresaliente. Un representante sindical me pidió la nota del periódico que yo tenía guardada, porque según ellos iban a realizar un reportaje y nunca hicieron nada, ¿tu tenías conocimiento de este aerosecuestro?

X.G.: No, para nada, a diferencia del aerosecuestro del 2009, que fue hasta televisado; no sabía nada al respecto. Te agradezco infinitamente el compartirme tu historia, es muy enriquecedor el saber que la seguridad siempre debe ser una prioridad de las empresas y no esperar a que algo terrible suceda para realizar actualizaciones y ajustes a los protocolos de seguridad. Nuevamente te agradezco mucho la entrevista.



Así concluye la entrevista, y lo que queda en el tintero es solo la invitación a que ustedes y yo, amables lectores, reflexionemos. Esta historia deja más que clara la necesidad de reconocer la labor de los tripulantes en un vuelo. Este es un vivo ejemplo de un sobrecargo, que sin importar qué tan peligroso podía ser el sujeto que amenazó con secuestrar el vuelo, arriesgó su vida para que los pilotos pudieran aterrizar bien, salvando la vida e integridad de todos los pasajeros. Esa es solo una de las muchas razones por las que insisto en que no se debe permitir la pauperización de la profesión; al contrario, hay que seguir impulsando la profesionalización de las tripulaciones y de todos los que trabajan en este maravilloso mundo de la aviación.

Me parecen sumamente valiosas las palabras de nuestro compañero cuando comenta la inevitable frustración de que para la empresa y su sindicato él es solo un número más, una estadística, o una pieza sin importancia. ¿El pago por su acto heroico? Benzodiazepinas, vitaminas y un mes sin trabajar… y sin viáticos. Más bien fue un castigo. La empresa y sindicato no pudieron hacerlo peor. Echaron por la borda el excelente manejo de una crisis aeronáutica. El compañero no solamente neutralizó al agresor sin causarle daño, no solamente evitó que los pasajeros entraran en pánico, no solamente le dio primeros auxilios cuando el responsable tuvo una crisis de salud, no solamente cumplió con el deber ciudadano de denunciar y apoyar en todas y cada una de las diligencias judiciales en las que fue requerido. Cualquiera que haya pisado una procuraduría o un juzgado sabe lo hostiles que son esos ambientes.   



Sin apoyo sindical, sin información institucional y sin reconocimiento público, nuestro compañero tuvo que enterarse del final de esta historia por los medios de comunicación tradicionales, que reseñaron el caso con el término acuñado en los años sesentas: Condenan a 4 años de cárcel al “aeropirata”.

Ximena Garmendia
 19 de julio 2020