Fréderik Garcia, director general en México de Airbus Group y presidente del Consejo Ejecutivo de Empresas Globales, se refirió a la era Trump como “una turbulencia” de la que si bien no saldremos indemnes, seguro que pasará. Ojalá que ese momento no tarde.
Y es que, como toda turbulencia, esta sacudida puede ser de las que arrastren consigo muchas cosas o al menos aboyarán el avión y uno que otro pasajero saldrá herido. Todo depende de qué tan bien tengamos ajustados los cinturones y de cuánto tiempo y con qué severidad se dé.
En lo que sí coinciden muchos capitanes de empresa (sobre todo del sector aeronáutico y aeroespacial) es que las economías de México y de Estados Unidos están tan entreveradas que la balanza comercial es engañosa: hay muchas aeropartes que nos envían de Estados Unidos a México para agregarles componentes y luego se regresan a territorio estadunidense, con lo cual las cifras no son lo que parecen, pero la integración es un hecho incuestionable.
Y así como en el sector aeroespacial la alianza es casi total, con el nuevo convenio bilateral de aviación la relación se ha estrechado muchísimo. La parte que no es tan buena es la incursión en el sector transporte aéreo de entes ajenos como la Comisión Federal de Competencia Económica, bajo cuyos auspicios al Departamento del Transporte de los Estados Unidos (DOT) está decidiendo quién se queda con los sltos que eran de Aeroméxico en JFK.
Vayamos por partes. En primera instancia, el nuevo convenio representaba una oportunidad para incrementar las rutas, las frecuencias y el número de pasajeros entre ambas naciones. Aún más, para las aerolíneas de Estados Unidos, el convenio representa una forma de tender puentes hacia Centro y Sudamérica y si mucho nos apuran, hasta para Europa y Asia.
Pero de la misma forma, y tomando en cuenta las quintas libertades que ya estaban en el convenio anterior y pasaron a éste, México tiene oportunidades desde Estados Unidos hacia otras latitudes. Todo ello suena excelente en la teoría.
El problema es que ahora, con el clima adverso de ciertas autoridades de Estados Unidos hacia México, las cosas ya no pintan igual. La primera muestra es esa aparente inocencia con que el DOT “pone a disposición” de las aerolíneas los slots que le cedió Aeroméxico en la ruta México-Nueva York.
Si todo se quedara en esa ciudad, la cuestión sería políticamente incorrecta, pero no grave. El DOT podría hacer uso de esos slots para otras aerolíneas en otras rutas y se acabó el tema, aunque esto implicara para México perder slots en esa ruta.
Lo peligroso, sin embargo, es que el DOT está decidiendo qué empresa viaje del JFK al AICM. O sea: quién vuela a nuestro país. De por sí las empresas estadunidenses tienen el 75 por ciento del mercado México-Estados Unidos en sus manos, merced a la quiebra de Mexicana. Es el peor de los mundos posibles.
El presidente Peña Nieto ha hablado de que es hora de tomar decisiones difíciles. Una de ellas debería ser que la Cofece no vuelva a intervenir en un asunto que no le compete, en particular cuando sus recomendaciones son producto de información que no ha correspondido siempre a la verdad y en ellas se está basando el DOT.
Aún más, el espacio aéreo mexicano es de México y los slots son una forma de gestionarlo, por lo tanto su administración debe estar en manos de las autoridades del aeropuerto de destino. Decisión difícil, pero necesaria. Y en este caso, sin duda, Argudín cuenta con todo el apoyo.
Lo oí en 123.45:Además, se debe investigar y hacer justicia en el caso de Mexicana de Aviación: anular las irregularidades, castigar a los responsables y resarcirle a los trabajadores su patrimonio.
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