Entre las múltiples consecuencias de la construcción del nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM); una es que muchos asuntos complicados se están postergando, para cuando esté el “proyecto de infraestructura del sexenio”.
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El caso es que dicha obra magna, en el mejor y más optimista de los casos, estará lista en su etapa de arranque para el último año del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto y, mientras tanto, algunas situaciones se han complicado para múltiples viajeros.
No se hace referencia a los grandes asuntos, como que los aviones no pueden despegar a tiempo de sus lugares de origen porque no hay espacio en la pista del Distrito Federal para aterrizar.
Tampoco a que la conectividad no podrá crecer, pues de qué sirve negociar nuevos vuelos con países emisores, como China, si tampoco hay espacio para que aterricen sus aviones.
A lo que se hace referencia es a un par de situaciones, que le están haciendo la vida complicada a miles de viajeros que llegan del exterior.
Alejandro Argudín, director general del AICM, es un funcionario que ha construido buenas relaciones con los funcionarios de la Secretaría de Turismo y que se muestra dispuesto a escuchar; y los problemas que se describirán a continuación ameritan actuar hoy y no dejarlo para cuando la capital cuente con un aeropuerto de clase mundial.
El primer tema tiene que ver con el trenecito que conecta a las terminales Uno y Dos y que fue construido con la magnífica idea de que los viajeros en conexión, no tuvieran que moverse en taxis.
El hecho es que hoy sólo aquellos que cuentan con un pase de abordar para tomar un avión en la siguiente terminal (en la Dos si llegaron a la Uno y viceversa) pueden abordar el mencionado tren.
El problema es que ello sólo sucede cuando el pasajero adquirió un boleto a través de las llamadas alianzas y que desde su primer vuelo recibe un pase para abordar un avión en la siguiente terminal.
Pero hay muchos, miles de viajeros al año, que llegan con un boleto hasta la Ciudad de México y otro diferente, que, además, sale de la otra terminal, para alcanzar su destino final.
A ellos aunque muestren sus boletos, no se les permite subir al tren y tienen que salir a veces en horas picos, hacer filas y pagar unos 150 pesos para abordar su siguiente avión.
El otro asunto se refiere a los viajeros que llegan de América del Sur, Centroamérica y Cuba a la terminal uno y que se enfrentan con un sistema aduanal de quinta, que los obliga a esperar y perder entre hora y media y dos horas para salir del aeropuerto.
Primero el equipaje es acusado de sospechosismo y perros, oficiales y máquinas se dan a la tarea de encontrar algo indeseable, así es que las maletas salen en 45 minutos.
Después viene una fila de más de una hora y algunos malos tratos para pasar migración; lo cual, evidentemente, no es propio del décimo receptor de turistas internacionales del mundo.
Cambiar esto ya, parece una reacción de profesionalismo mínimo, para quienes desean hacer turismo en México.