Sobrecargo Tének, orgullo indígena
Hace
unos días tuve la maravillosa oportunidad de entrevistar a una mujer fuera de
serie. Conocí una historia de vida, digna de compartirla con ustedes, estimados
lectores; toda una lección que vale la pena conocer. Una excelente oportunidad
de combatir (y ojalá alcanzara para erradicar) de nuestro imaginario la idea maniquea
de que los indígenas, o bien son esos objetos de culto y admiración en los
museos, o son “Cleo” como el personaje de la película Roma, de Alfonso
Cuarón.
No es
que no sean visibles, más bien muchos no se percatan que ellos están entre
nosotros, conviven y lucen exactamente como uno. No son seres extraños o ajenos
a nuestra vida cotidiana. El mundo aeronáutico no es la excepción, aunque hay
una cierta idea preconcebida de lo que debe ser un sobrecargo o tripulante de
cabina, la realidad es que debemos, como sociedad, ser más incluyentes.
Su
nombre es Lilia Vigdalia Hernández Antonio, y proviene de una comunidad llamada
Montegrande, cerca del municipio de Tantoyuca en el estado de Veracruz; casi
colindante con los estados de Tamaulipas y San Luis Potosí, en la Huasteca Veracruzana.
Tének es huasteco en su lengua originaria.
Mujer
joven, con apenas 25 años de edad, casada, y sí, habla el tének, su lengua
originaria y es orgullosa de sus raíces indígenas. Su papá es de una comunidad
llamada Tempoal y su mamá es de Montegrande, ambos indígenas.
Lilia
refiere que su papá es bilingüe, habla Tének y también castellano, y que él es
el responsable de que ella se sienta tan orgullosa de sus raíces, pues le
enseñó que podía llegar a donde quisiera. En su comunidad no había electricidad,
por consecuencia no había televisión y su papá, para entretener a sus hijas,
las ponía a mirar al cielo; veían pasar por supuesto aviones y entonces, según
a la altura que pasaba volando la aeronave, les decía “ese avión va muy bajito,
yo creo que va para Monterrey”, “ese va muy alto, va para el D.F.”, entonces
Lilia siempre miró hacia el cielo.
En
su primaria tenían solo dos docentes para atender los seis grados escolares. A
Lilia le gustaba pasar el tiempo en la biblioteca, y su maestra era afecta a
llevarles a sus alumnos diferentes revistas para inculcarles el amor a la
lectura. En una ocasión vio una publicación de aviación, y comenzó a hojearla.
Ella cree que estaba en inglés pues no conocía el idioma, sin embargo la imagen
del avión en la portada la impactó, y vio a una chica Marshall o agente
de operaciones, utilizando paletas de señalización, para guiar una aeronave.
Le
enseñó la portada a la maestra y le dijo que “eso” quería ser de grande, la
maestra le dijo “azafata”, y ella se quedó con esa idea. Imaginen junto
conmigo, el impactante y mágico momento en el que una niña, sin acceso a los
medios de comunicación y sin servicio eléctrico, diciéndole a su maestra que
eso quería ser cuando fuera mayor, mientras sus compañeros se reían de ella.
Para
ella un helicóptero era igual a un avión, pues sólo los había visto de lejos y
en la obscuridad de la noche, al lado de su padre y su hermana. Jamás había
viajado en uno. Fue víctima de bullying por parte de sus compañeros, ya que a
pesar de vivir cerca de la escuela, cuando llegaba tarde, sus compañeros le
decían en son de burla: “se te va a ir el avión”.
Con
tesón, terminó la secundaria y empezó a trabajar en el Consejo Nacional de
Fomento Educativo (CONAFE), pues le interesaba acceder al apoyo económico que
le permitiera seguir estudiando la preparatoria. En ese momento no sabía a qué
se quería dedicar, pues las opciones no eran muchas: maestra, lingüista,
enfermera. Todo indicaba que tendría que dejar atrás sus sueños sobre la
aviación. Su novio -hoy es su esposo-, le habló de un trabajo muy bueno en Poza
Rica, cuidando niños.
Para
realizar su trabajo, sus “patrones” le regalan un teléfono celular y conoce el
internet. Comenzó a ver telenovelas y a navegar en el ciberespacio, pero no era
suficiente; sentía que tenía que hacer algo más con su vida que ser niñera. Buscando
en internet encontró que en el puerto de Veracruz existía una escuela de
aviación; dudó un instante, pues no sabía si una niñera, una empleada doméstica
con más sueños que dinero podía acceder a esa escuela.
Vaya
giro que le esperaba. Se fue a la ciudad de Monterrey a trabajar a una fábrica
de galletas como personal de limpieza. Estando acostumbrada al trabajo en casa,
sentía que ese era un trabajo muy mecánico. Su hermana le recomendó entonces
aplicar para obrera y ella confiesa que no se veía trabajando ahí, ella seguía
anhelando algo más.
Entró
a trabajar como mesera, y ahí se sintió más a gusto; no obstante, el sueño de
ser “azafata” seguía rondando su mente. Con veinte años, creía que ya no tenía
la edad para estudiar, aunque investigó escuelas de aviación en Monterrey, no
se atrevió a dar el paso.
Decidió
trasladarse a la ciudad de Tijuana, viajando durante tres días en camión. No
pensó en hacer el viaje en avión, pues tenía la creencia que sólo la gente rica
viajaba en dicho transporte. Llegando a la ciudad fronteriza se puso a trabajar
una vez más como empleada doméstica, pero ahora con una meta muy clara en la
mente: ahorrar para pagarse la carrera de sobrecargo.
Acompañada
de su mejor amiga, acudió a pedir informes en una escuela de aviación, sin
saber que justo ahí su vida iba a cambiar. La secretaria del lugar le brinda
los informes y le da un consejo: “antes de gastar tu dinero, realízate un
examen médico completo, para que sepas si eres apta”, le dieron un
recorrido por la escuela, y ahí se percató que la imagen que se le había
quedado grabada no era la de una sobrecargo, sino la de una oficial de
operaciones.
Fue
a Monterrey a realizarse dicho examen médico, y con el resultado favorable
regresó a Tijuana para inscribirse a la escuela, ya en 2019. Hasta ese momento
desconocía cual era el trabajo de un tripulante, pues seguía con la idea que
ella era la que iba a recibir los vuelos.
Al
iniciar sus clases les hacen una pregunta básica a ella y a todos sus
compañeros: ¿por qué quieren ser sobrecargos?, ella reconoce que en esos
momentos no sabe qué responder, pues seguía confundida, ya que nunca había
viajado en avión. Sus instructores desconocían que ella provenía de una
comunidad indígena.
Fue
hasta que llegó a la clase de Reglamentación Aeronáutica que se percató
de cuál era el trabajo de un tripulante de cabina. En una fracción de segundo,
lo que empezaba a sentir como “vergüenza” por desconocer el trabajo, se
convirtió en un reto, en una meta y en un objetivo de vida, “…puedes llegar
a donde tú quieras...” escuchó en lo más profundo de su mente, y de su
corazón.
En
su clase de CRM (Crew Resource Magnament) les pidieron hablar ante todos
sus compañeros de quiénes eran. Fue entonces que su grupo conoció a Lilia, la mujer
proveniente de una comunidad indígena, que habla huasteco, y que les habló de
cómo trabajan en el campo, y de todas las maravillas que existen en su lugar de
origen. Con empatía les compartió algunas palabras y su traducción. A partir de
ese momento ella se sintió libre, orgullosa de sus raíces, arropada, admirada y
querida.
La
instructora asombrada le dijo que no había conocido a nadie que viniera de una
comunidad indígena. Y es que la presencia de Lilia en esa escuela es uno de los
mejores ejemplos de que en esas comunidades hay sueños, metas y convicción de
lograrlas.
Estoy
segura de que los compañeros también salieron enriquecidos con la experiencia.
Evidentemente Lilia desconocía muchas cosas que para un citadino son inherentes
a la vida diaria; pero precisamente reinterpretar lo básico, desde los ojos de
alguien con una cosmovisión diferente es un privilegio. El sentido de la vida,
y conceptos de palabras como esfuerzo, voluntad, privilegio, resiliencia,
trabajo y convicción adquieren otro significado después de compartir banca de
estudio con alguien como Lilia.
Ella
hoy está feliz de trabajar en una línea aérea. Siempre que puede les platica a
sus compañeros sobrecargos de su comunidad, de su lengua, de su vida en el
campo. El mensaje que ella quiere darle a su gente, es que tienen un valor, quiere
que aprendan a valorarse como personas y como indígenas, que tienen derecho a
soñar, a incluirse y no excluirse, y que le pierdan el miedo a la
discriminación.
La
televisión, nos narra ella, da un mensaje muy fuerte de que los indígenas son
humillados, por eso al principio temía compartir de dónde provenía. Gracias a
la educación que recibió de sus padres ella no ha sufrido de discriminación,
pues sabe lo que vale y al contrario, está muy orgullosa. Y sí, hablar una
lengua originaria es un plus en su trabajo como sobrecargo de aviación.
Lilia
lo tiene muy claro: los sueños pueden cumplirse, sin importar de donde
provengas; el camino para lograrlo no es fácil, siempre hay sacrificios que se
hacen en el camino, pero al final está la recompensa de lograr que se cumplan.
K’ak’namal yan, Lilia, (Gracias,
Lilia -en tének-)