19 abril 2020

Aeroméxico ¿tramando una quiebra?


Aeroméxico ¿tramando una quiebra?

El tema que quiero desarrollar en esta columna, es uno que en las semanas anteriores he tenido que dejar en el tintero. No es un tema unidimensional; tiene muchas aristas y trato englobarlo en una gran pregunta: ¿por qué es tan discontinuo el crecimiento de Aeroméxico en los últimos 10 años, tras la salida de Mexicana de Aviación?



Y es que llama la atención, que aún con la debacle de su competidor directo, que era nada más y nada menos que la cuarta línea aérea más antigua del mundo, la aerolínea del Caballero Águila hoy no esté surcando con mucho más fuerza los cielos.

Me explico. Después de la salida de Mexicana hay tres momentos determinantes para la empresa que ahora ostenta el título de aerolínea bandera del país. Procedo a comentarlos, para su mejor comprensión, para luego analizar lo que es una posible medida de la empresa frente a la pandemia del Covid 19.

Comencemos primero por aclarar que esta empresa que hoy ha solicitado reiteradamente su “rescate” por parte del Gobierno Federal, está dividida en estratos: por un lado está el grupo que maneja los hilos de la misma, que pertenecen al privilegiado grupo que suele caer parado ante las tempestades, y por otra parte, tenemos a los trabajadores, que para los antes mencionados, son solo un número más, carentes de rostro y sentimientos, pero sobre todo, son sacrificables al 100 por ciento. Incluso, lo hemos visto con anterioridad, se les puede culpar de la ruina de la empresa.

En este orden de ideas, observemos los tres momentos clave de la historia reciente de Aeroméxico: los años 2010, 2014 y 2018. Por obvias razones, y como en la mayoría de mis columnas, el termómetro que ocupo serán los sobrecargos de la empresa.

Sabemos que en 2010 Mexicana de Aviación fue bajada de vuelo. Lo que no se recuerda tan fácilmente es que ese año, la representación sindical de ASSA de México buscó “acomodar” a los sobrecargos en Aeroméxico, bajo el orden público y transparente del escalafón: del más nuevo al más antiguo, esto básicamente porque el contrato que manejaba la aerolínea del Caballero Águila tenía una cláusula de límite de edad para entrar a sus filas. Es por ello que buscamos, porque fui parte de esa representación, la manera de mandar al personal más joven.

Al principio obtuvimos muchísima resistencia por parte de Aeroméxico para aceptar sobrecargos de Mexicana de Aviación, alegando que éstos no cubrían el perfil que ellos manejaban. A pesar de ello, en 11 meses lograron ingresar 178 sobrecargos con el Contrato “A”, es decir con las condiciones laborales al 100%, como el resto de la planta. Solo con fines estadísticos menciono que de agosto de 2011 a finales de 2013, la nueva administración de ASSA logró que ingresaran 115 sobrecargos más, procedentes de Mexicana de Aviación,  con el Contrato A. Y fueron los últimos.  

Aprovechando la quiebra fraudulenta de Mexicana de Aviación, apareció un signo claro, contundente e inequívoco de que los directivos de Aeroméxico buscaban el aligeramiento de los contratos colectivos con sus trabajadores. Empezó con los pilotos y el 14 de diciembre de 2010, ASPA con votación dividida aprobó la firma del Contrato B, aplicable a los pilotos de nuevo ingreso.

Tres años más tarde Aeroméxico buscaría lograr lo mismo con sus sobrecargos, sin embargo no contaba con la oposición de ASSA, el sindicato de los sobrecargos. En aquel entonces el Secretario General, Ricardo Del Valle aseguró a los medios de comunicación “que no daría un paso atrás”. La respuesta de la empresa fue la amenaza de demandar a los sobrecargos con un Conflicto Colectivo de Naturaleza Económica. Esto entrampó la negociación por espacio de un año.

Ante el entuerto entre empresa y sindicato, hizo su aparición en escena Alfonso Navarrete Prida, entonces Secretario de Trabajo y Previsión Social, quien propuso una medida con la que matarían incluso más de dos pájaros de un tiro. En un movimiento poliédrico la empresa resolvería su conflicto laboral con la creación de un nuevo contrato (Contrato B), que además de ser más barato, le permitiría desplazar al contrato A en un plazo de 10 años. Los beneficios económicos serían inmediatos para la empresa, quien además de jugosos subsidios y condonaciones de impuestos, tendría un lugar preferente en el nuevo NAIM, proyecto anunciado  con bombo y platillo justamente en septiembre de 2014. ¿Todo eso a cambio de qué?, el Gobierno Federal se beneficiaría con la desactivación de las protestas heredadas por el gobierno calderonista que subsistían por la quiebra impune de Mexicana de Aviación, siendo la más visible e incómoda el plantón que existía en la terminal 1 del AICM por parte de sobrecargos activos, sobrecargos jubilados, personal de tierra y de confianza, así como algunos pilotos de la empresa defraudada por Gastón Azcárraga.  Se trataba de cortar de tajo un caldo de cultivo que podría salirse de control, pues la proximidad del Barzón Popular, y las diversas huelgas de hambre y movilizaciones podían desestabilizar la impoluta trayectoria de Navarrete Prida, quien se jactaba de que en el sexenio Peñanietista no hubo una sola huelga en el país.

La propuesta fue lanzada a sabiendas de que ya había sido rechazada meses antes por los sobrecargos de Aeroméxico, y que de revivir la propuesta de un Contrato B la votarían en contra. La única manera de garantizar que fuera votado a favor, fue tan efectiva como deleznable: realizar una asamblea con mayoría de sobrecargos de Mexicana de Aviación (cerca de 400), con la promesa de entrar de manera expedita a trabajar en la aerolínea del Caballero Águila, desarticulando por completo el plantón y así neutralizando ese “hot spot”.

Tengo que reconocer que fue una jugada magistral, en donde gobierno, empresa y sindicato, podían “pararse el cuello” con este grupo de trabajadores, exorcizando así al temido fantasma del desempleo; un gana-gana para todos los actores. Los hechos no me dejan mentir, pues a partir de la firma del Contrato B suscitado en septiembre de 2014 al mes de febrero de 2020, ingresaron 1,236 sobrecargos, para llegar a una planta total de 2,720 asistentes de vuelo.

Pero 2018 es el otro año importante y que no debemos perder de vista. Ya con Contratos “baratos” firmados por Aeroméxico, su galope iba fuerte y veloz desde 2015. Su crecimiento era obligado, y sumemos a ello la proyección de la construcción del NAIM, donde tendría un lugar preferente, gracias a las alianzas con el gobierno de Peña Nieto. Sin embargo, todo comienza a caer cuando en el panorama político-electoral se torna borrascoso gracias a un personaje non grato para ellos, y al que vienen tratando de detener desde 2006, incluso con campañas negras. Sí, “el peligro para México” estaba cercano a hacerse del poder. Tras la jornada electoral de julio de 2018 el reajuste se vuelve necesario. Las cartas de aeronavegación deben volverse a elaborar, pues apenas tres meses después de ganar las elecciones, se anuncia la cancelación del NAIM, y la construcción de dos pistas más en Santa Lucía.

Ante tal anuncio, el 14 de noviembre de ese mismo año aparece en medios: “Aeroméxico recortará 200 empleados para enfrentar la 'turbulencia' financiera. El despido de 1.3% del personal de la compañía llega como respuesta al incremento en los precios del combustible, la depreciación del peso frente al dólar y la sobreoferta de capacidad aérea.” Y en entrevista con la revista Expansión Ricardo Del Valle aseveró “En efecto, hay compañeros que no podrían continuar, y vamos a analizar bien las posibilidades con la empresa. Parece que sí van a solicitar plaza para el grupo de sobrecargos”, añadió el secretario de ASSA estimando que los recortes afectarían entre 80 y 100 plazas de sobrecargos, aunque precisó que estas cifras eran extraoficiales y prematuras, pues faltaba hacer un análisis con la empresa. Al final la empresa le solicitó el recorte de 60 sobrecargos.

No obstante, después de una plática obrero-patronal, se llegó al acuerdo de no recortar sobrecargos. Se trató, como lo he comentado en columnas anteriores, de un “pago de favores”, combinando la aceptación del Contrato B y las pretensiones políticas del Secretario General del Sindicato de Sobrecargos, quien requiere de un buen número de agremiados para figurar entre los “candidateables”.

Pero es justo aquí cuando la empresa comienza un viaje en picada. Además del fiasco que resultaron los 737 MAX en el 2019, la crisis sanitaria de 2020 le está permitiendo a Aeroméxico señalar números tan rojos que llevarían a la empresa a una quiebra por culpa de la sobrepoblación de trabajadores, que hace diez años eran 7,385 y hoy son más de 16 mil, según palabras de su director Andrés Conesa; por supuesto, el otro gran culpable sería el Gobierno Federal por no rescatarlos, dando un doble mensaje a los trabajadores: “ya ven, no voten por opciones que los dejan en el desempleo” y la otra, lavarse las manos ante los resultados de una administración que, si no es mala, se le parece mucho. No se entiende cómo una línea bandera, con todo puesto a punto para destacar, hoy esté pensando en que el “rescate”, es su única opción de salvarse.

Pero no perdamos de vista que Aeroméxico, la parte de la empresa que son ese grupo privilegiado del que hablé al principio, resurgirá, de eso no me queda duda. Ya lo hizo en 1988, con la misma marca, aunque con otra razón social, y con cargo al erario público. Hoy puede volverlo a hacer, y no solo con un Contrato B, sino con un Contrato todavía más pauperizado que podría tener la letra C, ya sin la presión de conservar a gente con la cual nunca estuvo muy convencida (hablo de mis colegas sobrecargos). Repito, pareciera que Aeroméxico quisiera tronar. Ojalá que esto no suceda, por el bien de los que siempre pagan los platos rotos, los trabajadores.

Ximena Garmendia
19 de abril 2020