Las aerolíneas están cortadas con la misma tijera
Los mexicanos nos la pasamos quejando de las altas tarifas y
el pésimo servicio que proporcionan las líneas aéreas del país. Frente al
constante abuso que esas empresas cometen contra sus clientes, la Procuraduría
Federal del Consumidor (Profeco) se ha convertido en el payaso de las
cachetadas y nada puede hacer para tratar de meterle seriedad al circo en que
se ha convertido el mercado del transporte aéreo de pasajeros en México.
A diferencia de lo que ocurre en Europa y en los Estados
Unidos, las llamadas “líneas de bajo costo”, como Volaris o Vivaaerobus, no
operan como tales y terminaron por ser un ardid del marketing, porque si bien
aliviaron momentáneamente las penurias de mucha gente, ahora están convertidas
en verdaderas trampas contra la billetera de los consumidores, donde es común
que algunos viajes al final, salgan más caros, incluso, que comprar en Interjet
ó en Aeroméxico.
Por su parte, Aeroméxico, que a falta de Mexicana de
Aviación, se apoderó de las principales rutas y quedó como empresa dominante
del mercado, ha terminado por imponer restricciones propias de empresa
monopólica en el caso de las prestaciones que hasta hace poco otorgaba a sus
pasajeros, como los ascensos a su cabina “premier” por puntos, y el número de
maletas a documentar en viajes al extranjero.
Esto sin contar los testimonios que existen en redes
sociales, donde ahora me entero, por ejemplo, que el personal de Aeroméxico ha
llegado al caso de pasar a la cabina turista a un pasajero con boleto y
silla asignada en primera clase, para darle el espacio a una persona muy
especial para el director de la compañía, a la que para más señas, le encanta
el golf. El Notario Público quintanarroense involucrado en el tema recibió las
atenciones del caso y san se acabó el problema.
Otro caso que todavía aguarda respuesta es el del joven
estudiante mexicano en Canadá, que tuvo la mala suerte de vomitar en el baño de
un vuelo que estaba a punto de partir de Vancouver hacia la Ciudad de México,
la madrugada del pasado 8 de marzo, y el prepotente administrador de Aeroméxico
en el aeropuerto YVR, por considerar que limpiar el baño iba a ocasionar
retardo en el seguramente “récord perfecto” de puntualidad (siiii ajá), no sólo
ordenó bajar al muchacho de la aeronave, sino que se negó a subirlo en el
siguiente vuelo, a pesar de que personal médico de la terminal lo revisó y dijo
que lo que le había caído mal en la cena lo había sacado por métodos naturales.
Todavía peor: cuando el estudiante quiso viajar en el mismo
vuelo del jueves, le dijeron que su boleto estaba cancelado. Los de Aeroméxico
le dieron trato de terrorista. La familia del joven tuvo que repatriarlo vía
Air Canadá la tarde siguiente y un boleto comprado el mismo día, ya sabemos,
cuesta tres veces más, y más si el que queda sólo es de primera clase. De
Aeroméxico, sólo le enviaron a la familia del muchacho un “usted disculpe”
también por redes sociales.
Pero la situación no es distinta con las aerolíneas en otros
países del continente. Ahora que he estado acompañando a mi gordo en sus viajes
de trabajo para la empresa de Seguros en la que trabaja, puedo tener una idea
bastante clara de las aerolíneas que operan hacia Centro y Sudamérica, pues me
toca viajar a Panamá, Guatemala, El Salvador, Honduras, Colombia y Argentina.
Por ejemplo, decir que Avianca es la líder, pero su servicio
que básicamente es similar a las empresas de México, resulta bastante malo, con
aviones viejos, sillas oliendo a mil rayos y restricciones para llevar maletas
de mano. Pero lo que más llama la atención son dos cosas: primero, el clasismo
con el que tratan al público, rayando en los límites de la discriminación.
No sé por qué cosa cultural que tienen en la cabeza los
directivos de esa aerolínea, la “primera clase” de Avianca recibe un trato de
verdad de primera, aunque los aviones estén destartalados, las sillas sucias y
la comida pésima. Me lo expliqué cuando no hubo boleto de primera y viajé en
clase turista: a toda esa bola de personas que no puede pagar boleto a Colombia
por 2,300 dólares, o a San Salvador por 1600 dólares, la tripulación se encarga
de echarle en cara que son pobres.
Por eso, el primer aviso en Avianca es el de los baños. A
todo mundo le queda claro que el de adelante, es sólo para las filas de los que
pagaron una millonada. Una señora de 85 años que viajaba con nosotros en la
fila 9 y que fue llevada en silla de rueda, tardó horas para ir al baño ubicado
en la cola del avión, porque nadie se atrevió a pensar siquiera que se puede
hacer excepciones y que el baño de adelante está más cerca. “No es la primera
vez”, me dijo.
Hay en cambio otras aerolíneas como Copa Airlines o Líneas
Aéreas Argentinas, cuyo servicio es bastante bueno, sus aviones y sobre todo
sus conexiones, insuperables. Me parece que la diferencia tiene que ver con las
regulaciones que existen en esos países, y con la disposición de autoridades
locales de velar por los derechos de los pasajeros. Cosa que no hace Profeco en
nuestro país, y el mejor ejemplo de la impunidad es Aeroméxico.