03 septiembre 2014

DEL CORREO DEL BLOG

¡Volare!

Ineficiente, de difícil acceso, anticuado, el Benito Juárez debió haber sido sustituido por un nuevo aeropuerto desde hace 20 años.
¡Volare!
Nota bene: en diciembre del año pasado se publicó en Cancionero una columna que, ante el anuncio que hoy se hará en Los Pinos, recupera su vigencia. Va de nuez:
El progreso atropellado que don Miguel Alemán Valdés nos dejó, hizo que la ciudad de los palacios se convirtiera en la sede de las angustias colectivas. Tal vez la emblemática figura sea el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Por si a usted se le olvidó, el presidente Luis Echeverría ordenó que le cambiaran el nombre a Benito Juárez. Hoy ni un solo piloto de línea aérea alguna se sabe ese nombre, pero ninguno de los entonces lambiscones o de sus actuales sustitutos ha hecho el cambio formal. Se sigue llamando como Echeverría ordenó. Pero eso no es lo importante.
De Tempelhof a Vnúkovo, de Croydon a Le Bourget, los hoy abandonados aeropuertos europeos eran casi coetáneos con el aeropuerto de la Ciudad de México. Hoy para ir a Berlín hay que aterrizar en el de Brandeburgo, a Moscú en el Sheremétievo, Londres tiene desde los veinte su Heathrow, y Le Bourget, luego los dos Orly, fueron sustituidos por el Charles de Gaulle, mejor conocido como L’Etoile en Francia. Para volar a la ciudad de México o desde ahí los pilotos tienen que volar el Benito Juárez.
De José Antonio Padilla Segura a Ruiz Sacristán, México ha tenido varios secretarios de Comunicaciones y Transportes de incapacidad notable. No merecen la crítica plena; después de todo ellos fueron, como son los integrantes del gabinete actual, secretarios de Estado de un Presidente todopoderoso que nunca decidió hacer un aeropuerto nuevo. De la misma manera, en sus cargos no modernizaron nunca la red carretera de nuestro país, o nuestros obsoletos puertos. No voy a mencionar el deterioro intencional de los ferrocarriles nacionales de México para que Ernesto Zedillo lo regalara a las ferroviarias norteamericanas. No fue culpa plena de los secretarios de Comunicaciones y Transportes, aunque sí su incumbencia.
Ineficiente, de difícil acceso, anticuado, el Benito Juárez debió haber sido sustituido por un nuevo aeropuerto desde hace 20 años. Los pusilánimes presidentes recientes no quisieron tomar la decisión de construirle a una ciudad tan importante como nuestra capital un aeropuerto adecuado. El más cercano a tal bizarría fue Vicente Fox: una docena de agitadores de Atenco, machete en mano, le hizo retroceder en el empeño y decir, como en el dominó, yo paso.
Enrique Peña Nieto, al parecer, decidió no pasar. Su secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, al informar de su primer año en funciones, hizo el sorpresivo anuncio. Escuchando las recomendaciones de las empresas encargadas de analizar la saturación del aeropuerto actual, dijo: “Hemos recibido la recomendación de ampliar la capacidad operativa del aeropuerto capitalino”. Dijo también que se construirá una pista adicional para que en la Ciudad de México pueda haber dos despegues o aterrizajes simultáneos. ¡Aleluya!
Los carísimos estudios para determinar si el nuevo aeropuerto debiera estar en Tizayuca o el Estado de México, a la basura. El hecho innegable de que la terminal dos del actual aeropuerto no sirve, es un ente olvidado. Por cierto, todavía se debe.
Nadie pudo decir con exactitud cuánto va a costar el numerito. El parche, remiendo, agregado o como se quiera llamar al aeropuerto de la Ciudad de México, no tiene ni costo estimado, ni plan de vuelo ni diseño ni nada. Simplemente hay una decisión a base a recomendaciones.
Vámonos a volar.