Las barbas de los vecinos
Por estos días han pasado cosas interesantes en el mundo de la aviación global que podrían hacernos reflexionar acerca de las consecuencias de tomar decisiones ligeras sin mayor análisis. No es extraño que vayamos a la zaga en muchas de las tendencias en los sectores más sensibles, pero a veces esto nos da la posibilidad de mirar con atención lo que puede pasar sin tener que pagar el precio de las equivocaciones y buscando no cometer los mismos errores.
El sexenio pasado la señora Guevara, entonces secretaria de Turismo, tomó como bandera abrir los cielos mexicanos sin mayor reciprocidad, como una concesión a no sabemos qué intereses. La reacción fue tan intensa que hasta su colega titular de la SCT, Dionisio Pérez Jácome, tuvo que entrar al quite, desautorizando semejante propuesta que, sin embargo, ya le había sido “vendida” al jefe del Ejecutivo (tan sensible por aquellos días al tema turístico).
Todo sabemos que algún día llegará el momento en que la estructura bilateral de los acuerdos de derechos de tráfico aéreo tendrá que modernizarse y que las tendencias hacia la consolidación de empresas, la conformación de mega-transportadoras que puedan competir con conglomerados similares y las sinergias entre diversos titulares de derechos de tráfico serán las que se impongan.
Pero también sabemos que esos derechos y esas empresas tienen un valor y que renunciar a que nuestro país goce de los beneficios de negociar convenientemente con esa riqueza no sólo es símbolo de ignorancia, sino también de entreguismo y, por lo tanto, de corrupción y traición a los electores.
En este momento, hay dos casos que están acaparando la atención en el mundo aeronáutico: el de la fusión Iberia-British y el de la recién anunciada fusión American Airlines con USAirways. Ambas son emblemáticas de este nuevo mundo de la globalización y la apertura, pero esperemos que los yerros que se observan en la primera no tengan consecuencias en la segunda.
IAG, la holding que agrupa a Iberia y British, ambas empresas nacionales de España y Gran Bretaña, enfrenta esta semana uno de sus más grandes retos. Acusada por los trabajadores de Iberia de canibalizar a la aerolínea española para favorecer a la británica, la empresa le hace frente a una huelga que podría terminar con un arbitraje para saber cuál es la verdad en este proceso en el que Iberia ha perdido mercados, rutas, pasajeros e ingresos y, además, se encuentra emplazada para despedir a casi 4,000 trabajadores y bajar los salarios de su personal de vuelo y tierra.
Otra de las opciones, que sería extrema pero que el gobierno español —aún este conservador gobierno— no descarta, es la aplicación de una salvaguarda que le permitiría a Iberia desvincularse de este acuerdo para volver a operar sola. Y es que para España el turismo sí es un sector toral, el que le permitió en su momento, antes de la Unión Europea, crear riqueza, prestigio y captar divisas.
En estos días, también, se anunció la ya muy esperada fusión entre US Airways con American Airlines en una aerolínea, la mayor del mundo ahora, que conservará al nombre de American y contará con 950 aeronaves (600 se renovarán próximamente), 94 mil empleados, 40 mil millones de dólares de facturación anual y 6,700 vuelos diarios en 56 países. Todo un reto.
Esta segunda fusión tiene algunas variantes que garantizan un mejor futuro que la europea IAG. En primer lugar, ambas empresas son estadunidenses, de modo que no existe la rivalidad nacional ni habrá un choque de culturas tan acusado. Además, en Estados Unidos se ha dado una larga historia de fusiones y adquisiciones en las que muchos de los trabajadores han participado, llevando en ello su parte de costo al reconvertir modos de trabajo y reestructuras profundas.
Y sin embargo, ambas fusiones son parte de una recomposición que veremos venir en el futuro. La aviación seguirá transformándose, pero es fundamental que estos cambios busquen preservar lo más valioso: la experiencia y el talento humano que hace posible la generación de riqueza en la sociedad del conocimiento.
Esta es una lección esencial para nuestro México: para competir, necesitamos lo mejor que tenemos y en vez de hacer juicios ligeros, habría que abocarse a rescatar a nuestros mejores profesionales, los que —tanto en Aeroméxico como en Mexicana— le han dado lustre a la aviación desde principios del siglo anterior.
Lo oí en 123.45: Abraham Zamora dejó Aeroméxico para servir al país desde la Secretaría de Hacienda. Es una suerte para la Hacienda pública, pero lo extrañaremos mucho en el mundo de la aviación
raviles_2@prodigy.net.mx
El sexenio pasado la señora Guevara, entonces secretaria de Turismo, tomó como bandera abrir los cielos mexicanos sin mayor reciprocidad, como una concesión a no sabemos qué intereses. La reacción fue tan intensa que hasta su colega titular de la SCT, Dionisio Pérez Jácome, tuvo que entrar al quite, desautorizando semejante propuesta que, sin embargo, ya le había sido “vendida” al jefe del Ejecutivo (tan sensible por aquellos días al tema turístico).
Todo sabemos que algún día llegará el momento en que la estructura bilateral de los acuerdos de derechos de tráfico aéreo tendrá que modernizarse y que las tendencias hacia la consolidación de empresas, la conformación de mega-transportadoras que puedan competir con conglomerados similares y las sinergias entre diversos titulares de derechos de tráfico serán las que se impongan.
Pero también sabemos que esos derechos y esas empresas tienen un valor y que renunciar a que nuestro país goce de los beneficios de negociar convenientemente con esa riqueza no sólo es símbolo de ignorancia, sino también de entreguismo y, por lo tanto, de corrupción y traición a los electores.
En este momento, hay dos casos que están acaparando la atención en el mundo aeronáutico: el de la fusión Iberia-British y el de la recién anunciada fusión American Airlines con USAirways. Ambas son emblemáticas de este nuevo mundo de la globalización y la apertura, pero esperemos que los yerros que se observan en la primera no tengan consecuencias en la segunda.
IAG, la holding que agrupa a Iberia y British, ambas empresas nacionales de España y Gran Bretaña, enfrenta esta semana uno de sus más grandes retos. Acusada por los trabajadores de Iberia de canibalizar a la aerolínea española para favorecer a la británica, la empresa le hace frente a una huelga que podría terminar con un arbitraje para saber cuál es la verdad en este proceso en el que Iberia ha perdido mercados, rutas, pasajeros e ingresos y, además, se encuentra emplazada para despedir a casi 4,000 trabajadores y bajar los salarios de su personal de vuelo y tierra.
Otra de las opciones, que sería extrema pero que el gobierno español —aún este conservador gobierno— no descarta, es la aplicación de una salvaguarda que le permitiría a Iberia desvincularse de este acuerdo para volver a operar sola. Y es que para España el turismo sí es un sector toral, el que le permitió en su momento, antes de la Unión Europea, crear riqueza, prestigio y captar divisas.
En estos días, también, se anunció la ya muy esperada fusión entre US Airways con American Airlines en una aerolínea, la mayor del mundo ahora, que conservará al nombre de American y contará con 950 aeronaves (600 se renovarán próximamente), 94 mil empleados, 40 mil millones de dólares de facturación anual y 6,700 vuelos diarios en 56 países. Todo un reto.
Esta segunda fusión tiene algunas variantes que garantizan un mejor futuro que la europea IAG. En primer lugar, ambas empresas son estadunidenses, de modo que no existe la rivalidad nacional ni habrá un choque de culturas tan acusado. Además, en Estados Unidos se ha dado una larga historia de fusiones y adquisiciones en las que muchos de los trabajadores han participado, llevando en ello su parte de costo al reconvertir modos de trabajo y reestructuras profundas.
Y sin embargo, ambas fusiones son parte de una recomposición que veremos venir en el futuro. La aviación seguirá transformándose, pero es fundamental que estos cambios busquen preservar lo más valioso: la experiencia y el talento humano que hace posible la generación de riqueza en la sociedad del conocimiento.
Esta es una lección esencial para nuestro México: para competir, necesitamos lo mejor que tenemos y en vez de hacer juicios ligeros, habría que abocarse a rescatar a nuestros mejores profesionales, los que —tanto en Aeroméxico como en Mexicana— le han dado lustre a la aviación desde principios del siglo anterior.
Lo oí en 123.45: Abraham Zamora dejó Aeroméxico para servir al país desde la Secretaría de Hacienda. Es una suerte para la Hacienda pública, pero lo extrañaremos mucho en el mundo de la aviación
raviles_2@prodigy.net.mx