El
manual del perfecto agremiado
Estimados
lectores, ¿cómo se imaginan ustedes que es un agremiado perfecto? Dentro del
mundo sindical, como en muchos otros ámbitos, padecemos de la cultura de la
“desinformación”; o dicho sin eufemismos, es una falta de educación laboral. ¡Ojo!,
no me refiero a la preparación académica, sino a que como grupo económicamente
activo no vemos lo necesario que es educarse laboralmente.
Miles
de jóvenes son arrojados a buscar empleo sin siquiera saber que existe una Ley
Federal del Trabajo, y conocer sus derechos, no es precisamente su prioridad.
Entre empleos mal pagados y outsorcings, nuestra juventud, así como los que ya
llevan tiempo laborando, no se preocupan por saber lo más básico de la ley que
regula el empleo. No que sean expertos en dicho ordenamiento legal, pero sí los
mínimos y máximos ahí establecidos.
Es
fácil inferir que este tipo de desconocimientos llega a niveles de verdadera indolencia
cuando hablamos de los sindicatos. Si una ley general, de observancia y
aplicación obligatoria en todo el país es ignorada, hablemos de lo que sucede
con la “ley interna” de cada sindicato: los tan mentados estatutos. ¿Los qué?,
dicen muchos agremiados. Triste, pero cierto; son pocos los trabajadores
sindicalizados que conocen los que regulan la vida de su propia organización
sindical.
Es por
eso que hoy me he puesto mi traje de Dra. Frankestein y crearé “un perfecto
agremiado”. Aunque mi obra maestra va enfocada principalmente para los sindicatos
de aviación, el experimento aplica para el resto de trabajadores... muajajá (es
mi risa perversa).
Tomemos
el ejemplar en cuestión; hombre de mediana edad, pasados los 30 años, que se
llamará Eusebio. Cuando ingresó a la aerolínea y firmó su planta, ya se sabía
perfectamente los artículos de la Ley Federal del Trabajo que le atañen a su
nuevo empleo. Con gran entusiasmo fue a su primera junta sindical, en donde le
explicaron la importancia de aprenderse los artículos más básicos de su ley
interna: el Estatuto.
Mi
creatura (porque yo lo creé) no se conformó con lo básico, sino que se aprendió
el Estatuto por completo; jamás faltó a una asamblea o junta particular,
siempre ejerció su derecho al voto, y dentro de sus labores diarias respetaba
el Reglamento Interior de Trabajo; sin chistar cumplía con todas y cada una de
las nuevas reglas, procedimientos, manuales. Por supuesto, nunca fue
sorprendido, amenazado ni engañado por nadie del sindicato, mucho menos por su
empresa, pues estaba consciente de sus derechos y de sus obligaciones. Nunca
tuvo que pedir favores, prebendas o canonjías. Siempre supo a qué le daba
derecho su trabajo.
Es
evidente que la realidad no es así. Existen algunos garbanzos de a libra, pero
son muy escasos. La verdad es otra y no me gusta, porque es precisamente de esa
ignorancia la que aprovechan los empresarios rapaces para abusar del trabajador.
Saben que no sabe, y por eso con la mano en la cintura le dicen: “si no firmas
tu renuncia voluntaria, no te recontrato”. De ignorancia pasa a ser ignominia,
pues el trabajador desinformado aceptará sin chistar todas las modificaciones,
cambios, reducciones que se le antoje al empresario, porque de no hacerlo
“pierde la chamba”.
Es
evidente que, entre el dueño de la empresa y el trabajador, la relación es completamente
vertical, derivada del poder económico. Esa es la razón por la que existen los
sindicatos, para que sea precisamente un trabajador, que conoce perfectamente
el día a día de un centro laboral, sea el representante, y por su voz hable
toda la planta productiva. Aquí es donde llegamos a la parte más dolorosa y
triste. La relación entre representantes y agremiados debería ser totalmente horizontal,
ya que estamos hablando de un grupo de trabajadores que recibió de sus colegas
la encomienda de representarlos ante la empresa.
En
esto último voy a hacer una pausa, porque es indispensable que todos aquellos
agremiados a un sindicato lo entiendan de una vez. Es de lamentar que en este
país el charrismo sindical está la orden del día, pero es todavía más
lamentable que los sindicatos que se jactan de ser “democráticos e
independientes”, sean solo una caricatura de asociación a la que no le importa violentar
su propia ley interna para seguir idénticos pasos de los líderes charros, y
eternizarse en el cargo.
Sí, el
ejemplo más claro de ello es ASSA de México, quien era uno de los pocos
sindicatos democráticos de este país, junto con ASPA. Ambas agrupaciones
sindicales se liberaron del yugo de la CTM; primero los pilotos y un año
después los sobrecargos. Por eso nuestros estatutos de sobrecargos son tan
parecidos a los de los pilotos, porque fueron la base para la elaboración de los
nuestros.
Originalmente,
tanto en ASPA como en ASSA, los cargos sindicales sólo duraban tres años, y no existía
por ningún motivo la reelección. Así que cada año, se salía a votaciones para
cambiar un tercio de la representación sindical. Tampoco se usaban las “planillas”,
dejando que tanto pilotos como sobrecargos de manera libre, decidieran
participar de la vida sindical.
Pero con
la llegada de Alejandra Barrales, y movida evidentemente por la ambición de
poder, propuso la reforma al artículo 64 del estatuto de ASSA, para permitir la
reelección, misma que fue aprobada y quedó de la siguiente manera: “Ningún
Miembro podrá desempeñar el mismo puesto por más de 6 años”. El argumento
vertido en aquella ocasión por la representación sindical fue que 3 años era “muy
poco tiempo” y que lo ideal serían seis años, a manera y semejanza del poder
ejecutivo de este país.
Cuando
Barrales veía que su segunda gestión al frente de ASSA estaba por concluir,
salió a una Asamblea de Reforma Estatutaria pidiendo la modificación de que “por
tercera y única ocasión” pudiera contender al cargo de Secretaria General de la
Asociación”. El rechazo de los sobrecargos a su intento de incrustarse en ASSA
como la humedad fue estrepitoso; la planta votó por el candidato rival. La
anécdota es famosa: el 31 de enero de 2001, día que Barrales debía dejar su cargo
en ASSA, el nuevo Secretario General, entró al edificio de la sede sindical, apoyado
por un nutrido número de sobrecargos, con todo y mariachi entonando “Las
golondrinas”. El mensaje fue claro: los sobrecargos no estaban dispuestos a
perder la vida democrática sindical a cambio de las aspiraciones políticas de
una sola persona.
Sin
embargo años después el alumno superó al maestro. Ricardo Del Valle pasó por la
delegación de Aeroméxico de una manera bastante gris, para después ocupar el
cargo de Secretario de Conflictos, en la segunda gestión de Alejandra Barrales.
Como representante sindical, Ricardo dejó mucho que desear, en opinión de bastantes
de mis compañeros de Mexicana, a quienes acompañó en diligencias con Relaciones
Laborales de la empresa. Relatan que Del Valle aconsejaba a los sobrecargos
“aceptar su renuncia”; no fueron pocos los compañeros que lo sacaban de la cita
en laborales para defenderse ellos mismos, pues opinaban que Ricardo era un
verdadero inepto, que ni hablar bien sabía.
Este
personaje, torpe en su hablar, parco para expresar sus ideas, muy corto de
miras, pero grande en ambiciones personales. Mediante una ilegal Asamblea de
Reforma Estatutaria logró reelegirse no una, sino dos veces más; es decir lleva
al frente de la Asociación cuatro gestiones. En más de una década, los excesos
propios de todo líder charro han aparecido. Por ejemplo, no ha dudado en echar
mano del personal que labora para el sindicato, como los choferes, al grado de designar
a uno de planta al servicio de la mamá del líder sindical.
¿Ha
podido hacer todo esto, en las sombras y sin que nadie se entere? No, sería imposible
de realizarse sin la ayuda de los propios sobrecargos, que ignorantes de lo que
dice el Estatuto, permitieron y avalaron las modificaciones. Y es que nadie
hace valer la ley interna, pues no la conocen siquiera. Creen a pie juntillas
lo que dice el líder sindical, dado que la relación que mantiene con sus agremiados
es totalmente vertical, y no horizontal.
Los
sindicalizados han olvidado completamente que el Secretario General no es su patrón, no es el dueño de la empresa, ni
siquiera es su progenitor o un ser iluminado a que se le deba respeto y
veneración; es otro compañero igual que ellos, cuya responsabilidad es ostentar
una personalidad jurídica ante la empresa y representarlos, por lo tanto, la
relación con el Secretario General debiera ser de tú a tú, porque son iguales. Tengo
cientos de capturas de pantalla de las alabazas y loas que en redes sociales le
hacen a Ricardo Del Valle. La verdad es que muchas rayan en lo enfermizo y
patético. Pero el líder aprovecha y se pone por encima de los agremiados,
haciéndoles creer que es un ser superior que merece pleitesía.
Compañero
trabajador: está en tus manos cambiar esta inercia tan perjudicial para tu vida
laboral, y para el sindicalismo en general. No necesitas tener poderes
sobrenaturales, ni una posición económica privilegiada. Deja de pensar que el
representante sindical es una especie de oráculo que siempre tiene la razón,
que nunca se equivoca y maneja información ultra secreta. No son ellos los que
deben tomar las grandes decisiones, porque no son ellos la autoridad máxima. Me
consta que conocer la ley, y saber el contenido de los estatutos es sumamente
importante, pero no lo es todo. Si no hacemos valer nuestros derechos, si no
exigimos cuentas a los representantes, si dejamos que otros tomen las
decisiones de manera arbitraria y saltándose los procesos establecidos, solo
serán montones de palabras muertas en hojas de papel.
Ximena Garmendia
27 de septiembre 2020