El
sindicato no puede ser una secta
Para los usuarios del servicio
de transporte aéreo, la salud mental de los tripulantes no es cosa menor, por
ello año por año los trabajadores del aire se someten a exámenes médicos y
psicológicos para verificar que se encuentren en óptimas condiciones para
volar. Así como es de vital importancia el mantenimiento de las aeronaves, en
el caso del personal humano, también lo es.
El día de hoy en esta columna pondré
los reflectores sobre un pequeño grupo de sobrecargos cuyo fanatismo vuelve
imperante ponerlos bajo la lupa. Lo digo fuerte y claro: no voy a generalizar, pues
afortunadamente no son todos. La gran mayoría de los sobrecargos de la línea
del Caballero Águila, gozan de una muy buena salud mental. Pero también dejo
muy claro que por fanatismo me refiero a ese apasionamiento y tenacidad
desmedida en la defensa de creencias y opiniones, como dice el diccionario.
No crean que se trata de una
sociedad secreta y clandestina. Todo lo contrario. La exhibición en redes
sociales es su común denominador; más específicamente las interfaces del
Secretario General de la ASSA. Para este trabajo se analizaron cientos de
comentarios que me hicieron llegar muchos compañeros, pues Ricardo Del Valle me
tiene bloqueada de la red social donde le escriben.
¿Qué es una secta? Es una comunidad
cerrada que promueve, o aparenta promover, afinidades comunes, a veces de
carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los
adeptos. En este caso los fines comunes son la aviación como fuente de empleo y
el ser sobrecargo como profesión; pero para entender todo el contexto, déjenme
relatar como la llegada de Ricardo Del Valle a la Secretaría General de la ASSA
en agosto del 2011 marcó el inicio es esta peculiar comunidad.
No exagero cuando digo que una
vez que el flamante representante de los sobrecargos de Mexicana, Click,
Aeromar y Aeroméxico quedó instalado en el quinto piso de Patricio Sanz,
comenzó a darse un fenómeno a todas luces llamativo: “el culto al líder de
poder absoluto” y la segregación de todos aquellos que no quisieran hacerlo. En
el caso particular fueron los representantes sindicales quienes comenzaron a
meterse en los perfiles de Facebook de sus agremiados para saber a quiénes
tenían de amigos, qué publicaban y cuando alguien se atrevía a decir algo
negativo del sindicato, le llamaban por teléfono para “decirle” de manera
amenazadora que “bajara” su texto e inmediatamente escribiera algo positivo,
tanto en su perfil, como en el del Secretario General. Me gustaría decir que es
fantasía, pero estas son historias reales.
Bajo este modus operandi, propio
de los sistemas políticos más opresores y recalcitrantes, muchos sobrecargos de
Mexicana de Aviación que estaban en lista de espera para entrar en Aeroméxico,
se vieron obligados a escribirle, de forma casi diaria, comentarios positivos
al líder, resaltado sus atributos como gran ser humano, y deseando el derrame
de bendiciones de fuerzas ultra terrenales sobre él.
¡Ay! de aquel que no le
escribiera un mensaje positivo al líder, pues sufría las consecuencias, al
grado de que podía ser corrido bajo cualquier pretexto. Es por ello que muchos agremiados
comenzaron a escribirle al Secretario General, aún contra su voluntad, pues
sabían de la existencia de un aparato de vigilancia permanente.
Pero no es este grupo de
sobrecargos coaccionados el que me preocupa y llama la atención, pues finalmente
lo hacen como un mecanismo para conservar su fuente de empleo. El que me inquieta
es otro grupo verdaderamente fanatizado, mucho más pequeño, sí, pero no por
ello menos peligroso.
Si revisamos la historia
encontraremos casos terribles donde se han visto involucradas sectas que
atentan básicamente contra la dignidad de sus propios miembros. Casos como “la
familia” de Charles Mason, que a la postre cometió el asesinato de varias
personas, incluida la actriz Sharon Tate; o como la secta de Jim Jones, cuyos
integrantes se suicidaron en Jonestown al beber cianuro de manera colectiva;
recordemos el dramático caso de Waco y los davidianos, cuyo líder David Koresh hizo
que murieran 80 miembros de su secta, tras un asedio policial que resistieron de
forma armada y terminó en masacre.
Estos antecedentes no son cosa
menor, y traerlos a cuento no es amarillismo ni formulación de teorías
conspirativas. Basta una revisión de ellos para entender que todos surgieron
dentro de “caldos de cultivo” aderezados o permeados por algo en común: crisis.
Por ello afirmo que resulta
ser un foco rojo lo que ha sucedido, y sigue sucediendo al interior de la ASSA
de México. No solamente es la pandemia del COVID 19, no solamente son las
consecuencias económicas devastadoras que trae aparejadas, no es la
inusitadamente larga cuarentena, no se trata nada más de la incertidumbre que
genera ese término tan etéreo y alabastrino que se llama “nueva normalidad”.
Hemos repetido una y otra vez en este espacio que la “reinvención” de la
industria aeronáutica a nivel mundial está a la vuelta de la esquina. Y aunque
nos ponga los pelos de punta, no podemos ignorar la publicación diaria de notas
informativas que anuncian inclementes recortes de personal por parte de los
gigantes de la industria.
Yo les pregunto, querido
lectores, con este “caldo de cultivo” ¿qué perfil creen que es el que debe
cubrir un asistente de vuelo? ¿El de una persona con una gran capacidad de
asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas?, ¿o el de
una persona fanática que confía todo a un líder, que le hace creer que debe
rendirle pleitesía por “permitir” que el sol salga por el horizonte cada 24
horas?
Y es que de verdad, son
verdaderos esfuerzos los que tengo que hacer para no perder mi capacidad de
asombro cada vez que leo los mensajes que este grupo fanático de sobrecargos
deja en las redes sociales de Ricardo Del Valle. Hasta hace un tiempo me
divertía y los tomaba a la ligera, llegando incluso a ignorarlos. Pero como
dije renglones arriba, el horno no está para bollos, y las autoridades
sanitarias encargadas del personal aeronáutico deben poner especial cuidado en
este tema, considerando la “nueva normalidad”, porque se está poniendo en
riesgo a los usuarios con personas sumamente inestables, que no sabemos cuándo
“perderán la cordura”, si alguien “osa” hablar mal de su líder.
Las pruebas pululan en los
muros de Facebook. Han llevado el fanatismo y el culto al líder a niveles
insospechados; pareciera que entre ellos hay un afán por ver quién utiliza más
epítetos, flores y zalamerías. Es una verdadera competencia por encontrar al
agremiado que haga el comentario más largo y profundo.
Y no termina todo con las
palabras de un post de red social, no. El pasado 15 de febrero mencioné en esta
columna cómo algunos han mandado imprimir mantas de apoyo y las han colgado
afuera de sus casas, para mostrar la lealtad al líder, y del modus operandi de
estos compañeros. Eso fue un botón de muestra, pero hay más. Insisto, la Agencia
Federal de Aviación Civil (hoy AFAC, antes DGAC), debe tomar cartas en el
asunto, desde el punto de vista de la salud mental de los tripulantes, pues el nivel
de culto que le profesan a su líder, casi a niveles teocráticos, rebasan por
mucho los límites sanos de unidad sindical, solidaridad laboral, fraternidad
gremial o lucha conjunta en favor de los intereses de todos los trabajadores.
Lo que podemos ver es un discurso subyacente, aceptado como dogma, de que el
representante sindical debe ser adorado en todo momento, y que los sacrificios
que él llegue a pedir deben realizarse sin analizar o sin pensar en las
consecuencias que conlleve en su propia salud mental, ni a su dignidad como
persona.
La gran mayoría de los
miembros de este grupo de culto al Secretario General, son evidentemente los de
su primer círculo en el Sindicato. Con ello genera la expectativa medieval de
que si alabas al señor feudal, las probabilidades de llegar a ser parte de “la
corte” son más grandes. Y así, los que ya están dentro, como si fueran
evangelizadores, se dan a la tarea de azuzar al resto de compañeros a realizar
comentarios y poner “likes”, porque de no hacerlo, serás perseguido y no te
dejarán en paz, hasta conseguirlo.
Si estuviéramos hablando de
una logia, una cofradía, una hermandad, una comunidad religiosa, o incluso de
un club de precios, esta estructura piramidal no me causaría conflicto alguno,
pero me lo causa, y de muy grave manera porque se trata de una asociación de
trabajadores que por definición fue constituida para la defensa y promoción de los
intereses profesionales, económicos y sociales de los sobrecargos.
Lo siento, pero me pone mal
ver que este fenómeno fanático lo que está logrando es generar un pésimo y cada
vez más decadente clima laboral, como si a la industria le hiciera falta. No
puedo pasar por alto esta variante de “terrorismo sindical”, que mina la salud
mental del resto de los tripulantes, que se sienten observados en todo momento,
no sólo a bordo del avión, no solo en el horario laboral, ahora también en su vida
virtual, perdiendo con ello su privacidad, y su libertad de expresar lo que de
verdad piensan sobre el sindicato y su líder.
Platicando con grupos de
sobrecargos de otras empresas que no forman parte de ASSA de México, y ven las
capturas de pantalla que me llegan, siempre les llama la atención esta especie
de “nado sincronizado” que sucede cuando el líder sube un comentario, y en
cascada empiezan a llegar los comentarios a favor del Secretario General, sobre
todo de los sobrecargos que volaban en Mexicana de Aviación y hoy son parte de Aeroméxico,
que se vuelcan a compartir en sus muros personales el “post” del líder, y lo
acompañan con comentarios que salen de su ronco pecho, o de textos que ya tiene
preparados, porque siempre tienen el mismo corte: gracias por “regresarles sus
alas”; y casi nunca, o muy poco, agradecen a la empresa, Aeroméxico, que es la
que en realidad los acogió, aunque en un pauperizado Contrato B, como documenté
en esta columna el pasado 22 de marzo.
Recapitulo para cerrar. Afirmo
que la gran mayoría de los tripulantes de Aeroméxico, gozan de una muy buena
salud mental, y hacen bien su trabajo, cuando no los ponen a rotar. Pero también
sostengo que dentro de casa tienen un grupo de desequilibrados que generan un
pésimo ambiente laboral, que nada ayuda ni a la empresa, ni a los sobrecargos,
ni a la industria. Todo lo contrario, son uno de los peores ingredientes para
el panorama que tenemos en las manos. ¿Cómo va a reaccionar este grupo de
fanáticos cuando la realidad alcance a su gurú, y vean que por más loas,
reverencias y sacrificios que hagan en su honor, los estragos de la pandemia y
muchas malas decisiones son imparables?, ¿habrán pensado ya en la remota
posibilidad de que su líder los deje colgados de la brocha? Ya veremos.
Ximena Garmendia
17 de mayo 2020
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