Rosario Avilés
Del discurso a la realidad
Entre el mal humor social al que aludía el Presidente de la República en un discurso reciente y la desilusión y crispación social que se siente en la vida pública (no sólo en México, pero sobretodo en México), encontramos algunos tópicos que ya se han vuelto proverbiales: la impunidad, la corrupción, la desigualdad social, el hartazgo ciudadano…
El gran problema es que del discurso que describe estos males como indeseables, al aterrizaje de vías concretas de solución, existe un abismo. Las soluciones deberían ser de todos, pero hay muchos que prefieren que “se haga la voluntad de Dios pero sólo en los bueyes de mi compadre”.
Que la impunidad se combata… en la persona de otros; que la corrupción se denuncie y se castigue… en la persona de otros; que la desigualdad se enfrente con soluciones de fondo….pero que lo hagan otros, que sean OTROS los que renuncien a sus máximas ganancias en beneficio de una mejor distribución de la riqueza,que sean OTROS quienes dejen de obtener los más altos dividendos. Que el Estado garantice la paz social, pero que le cobre impuestos a los demás.
En el mundo del transporte aéreo se vive también esta situación. En lo que va del siglo XXI la aviación ha sido uno de los sectores que más se han transformado y a través de la incorporación de nuevas tecnologías, la adecuación de procesos y la redefinición de los modelos de negocio y trabajo, ha logrado incrementar su rentabilidad global.
Esto, que es una buena noticia para los inversionistas del rubro, debería traducirse también en buenas noticias para los trabajadores del sector. Pero lo cierto es que esto no ha sido así. Hoy en día el trabajo especializado de la aviación tiene mucho más valor en China y en la península arábiga que en México.
El problema, sin embargo, no sólo tiene que ver con la forma como se perfila el negocio (que es parte del modelo económico que ha posibilitado esa desigualdad y la consecuente crispación social), sino también en la forma como se legitima a quienes lo gestionan y se descalifica a quienes luchan por recuperar poder adquisitivo y compartir los beneficios que se logran incorporando el esfuerzo laboral productivo.
Apenas se habla de renegociar contratos y salarios y los gestores del modelo sacan a pasear el fantasma de la quiebra de Mexicana de Aviación, no sólo como advertencia, sino como forma de desligitimar lo que de suyo es un derecho: buscar mejoras en los salarios y las condiciones de trabajo.
La otra cara es cómo de un plumazo se pretende minimizar la forma cómo Mexicana fue desvalijada por el grupo al que se le adjudicó la propiedad en el 2005, los contratos duplicados, la maquinación de la quiebra, el despojo vil de los activos de esta empresa.
Y aún más, pretender que nadie recuerda ya la impunidad en la que todavía viven los autores reales del quebranto de Mexicana, pues a ninguno se les ha tocado ni con el pétalo de una averiguación previa, a pesar de las muchas denuncias que obran ya en poder de unas autoridades que no han podido o no han querido molestar al ex dueño de Posadas en su refugio neoyorkino.
Es posible lograr un equilibrio entre los factores de la producción. Es posible que empresa y trabajadores encuentren vías de negociación. Pero esto se hace desde el reconocimiento del valor de cada uno y desde el respeto a lo que cada quien aporta, no desde la descalificación.
En ese sentido, el acuerdo que logró Aeromar con sus pilotos fue bueno y es posible que en el futuro se logren mayores avances. Ojalá podamos decir lo mismo en el caso de Aeroméxico.
Lo oí en 123.45: Además, se debe investigar y hacer justicia en el caso de Mexicana de Aviación: anular las irregularidades, castigar a los responsables y resarcirles a los trabajadores su patrimonio.
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