2012-12-11|
Hora de creación: 21:52:43 | Ultima modificación: 01:27:06
Como si fuera un regalito del “ratón” para paliar los daños de la dentadura
que voló en pedazos, los ex funcionarios de la Secretaría de y Transportes (SCT) se permitieron
entregar a la un resumen del Blanco de la calderonista, justo un antes de dejar su encargo.
En ese libro
blanco “recomiendan respetuosamente” a la nueva administración dar continuidad a
las gestiones para que Mexicana de Aviación salga de Concurso Mercantil,
“siempre y cuando cumplan los requisitos” de una larga lista de disposiciones
que —saben muy bien— son incumplibles si la propia autoridad no ayuda con
voluntad para que esto suceda. Es decir, en buen español, lo que la pasada
administración quiere es que las cosas sigan como estaban para que Mexicana
termine de expirar sola.
Y en una especie de “mea culpa”, el libro blanco
reconoce que deja muchos asuntos pendientes —como el pasivo laboral y una serie
de compromisos que la propia SCT debió cuidar a y que no hizo—, pues, según esto, Mexicana de
Aviación decidió suspender operaciones “sin razón ni explicación alguna” en
agosto de 2010.
Lo muy curioso es que los funcionarios de la SCT de
aquellos años se quedaron en babia. Es decir, como si la gestión de una
concesión federal no fuera responsabilidad de la SCT, como si las autoridades no
tuvieran que velar porque el servicio público de transporte aéreo se siga
prestando (pues es su obligación tal como lo consagra la Constitución y las
leyes en la materia regulan) y si hay “causas de fuerza mayor” para eso existe
la requisa —un instrumento de política pública que seguramente no existe en los
libros de Dornbush y Fischer—, pero que sirve para que el Estado cumpla con su
obligación.
Entre los muchos malentendidos, medias verdades y mentiras
descaradas que se estuvieron difundiendo en estos años, destacan tres que vale
la pena comentar en esta ocasión:
En primer lugar, la falacia de que el
transporte aéreo es como la maquila de tornillos. El transporte aéreo no es una
de libre concurrencia. Ni aquí ni en China
ni en los muy capitalistas países como Unidos.
Y fundamentalmente no lo es
porque se trata de un servicio público, en el cual la esencia es la seguridad y
la integridad de las personas y los territorios y ésta no puede estar en manos
de cualquier persona (bastan los atentados del 11 de septiembre del 2001 para
darse cuenta por qué). Y además, porque las inversiones que requieren son muy
altas y la rentabilidad del sector es muy escasa, de modo que para cuidar el
retorno debe haber cierta certeza de que las reglas no cambiarán tan fácilmente
como se cambia de personal en las oficinas públicas.
Un segundo elemento
fue la doble moral y el doble discurso con los que se manejó el tema de Mexicana
de Aviación. El ex subsecretario Duarte solía declarar en público que se estaba
apoyando a la empresa, mientras que en privado advertía a los inversionistas
interesados que “ni metieran las narices”. Eso era el doble discurso. La doble
moral tiene que ver con las razones verdaderas de ello. Los blanquiazules
siempre presumieron de honrados (y en alguna época lo fueron), pero este caso
huele a corrupción desde mil kilómetros y no ha habido poder humano que logre
destapar la cloaca.
Otra verdad a medias fue pregonar —y acto seguido
descalificar— a los trabajadores que solicitaron la ayuda gubernamental,
mostrándolos como si pidieran un “rescate” al estilo antiguo, es decir, darle
dinero como regalo. Lo que los trabajadores siempre pidieron fue juego limpio,
que cesara el doble discurso y la doble moral, que se facilitaran los trámites a
aquellos genuinamente interesados en adquirir la empresa y que si existían
desfalcos, éstos los pagaran quienes se beneficiaron de ellos.
En último
término, se pedía un trato no menos favorable que el que se le dio a muchas
empresas, como la Ford, que obtuvieron créditos de la banca de desarrollo y que
estaban seguros de poder pagar porque ellos (los propios tripulantes) tuvieron
la experiencia de haber levantado en el pasado a una empresa similar,
Aeroméxico, para lo cual obtuvieron, en su momento, un crédito que pagaron
puntualmente.
El resultado de esas mentiras y medias verdades es el
tiradero que hoy heredan los nuevos funcionarios. La sospechosa preocupación de
algunos diputados porque la Comisión de Competencia investigue si Aeroméxico
incurre en prácticas anticompetitivas es sólo la muestra de que quien sea que lo
promueve no anda buscando quién se la hizo, sino quién se la pague. El
responsable de este desorden es el ex subsecretario Felipe Duarte, que no hizo
su tarea y repartió slots y rutas de Mexicana entre las aerolíneas de nuevo
cuño, pero sin que la ley le asistiera en ello, por eso la juez de lo concursal
ordenó su devolución.
Es él y sus jefes y sus subalternos quienes
deberían ser investigados por negligencia y/o mala fe. Todo esto fue dicho en
este espacio durante meses y jamás fue atendido.
Hoy le dejan a los
nuevos funcionarios, a Carlos Almada, a Argudín, al nuevo equipo, una carga
fuerte que —esperemos— puedan solucionar sin lesionar más a los que han sufrido
el quebranto (en primer lugar los trabajadores, en segundo los usuarios, los
proveedores y, en general, toda la comunidad). Y ojalá que se haga justicia.
Sólo así regresará al sector aéreo la confianza y la credibilidad, base de lo
que puede convertirse en una buena política de largo plazo para esta
industria