Buen artículo de Catón, saludos
debate.com.mx | Catón "Cuando conozco a una mujer espero tener sexo con ella en la segunda cita". Así le dijo Libidiano Pitorreal, salaz sujeto, a una linda chica. Preguntó ella, extrañada: "¿Por qué tan lento?". El médico le pidió a doña Cachalota que se desvistiera para examinarla. Ella obedeció y le dijo: "Me siento apenada, doctor. ¡Estoy tan gorda!". "Ni tanto -la tranquilizó el facultativo-. A ver, abra la boca y diga 'Mú'". Babalucas fue con su novia a un romántico paraje. Era de noche y no había luna, lo cual en modo alguno obstaba para que hubiera una completa oscuridad. Ella le dijo con amorosa urgencia: "¡Pídeme lo que quieras, Baba!". "Bueno -contesta el badulaque-. El otro día vi una bicicleta muy bonita". A los mexicanos no se nos da bien el diálogo. Lo nuestro es el monólogo. Sabemos perorar, pero no sabemos discutir. La discusión es un "nosotros". El discurso es un "yo". Y los mexicanos somos individualistas. A los estudiantes norteamericanos se les enseña a debatir; a la juventud de mi patria se le incita -todavía- a participar en concursos de oratoria. (Recordemos al juvenil, ampuloso orador que empezó su discurso diciendo: "Señoras y señores: yo no soy un Demóstenes". Le gritó un peladito desde la galería: "¡Sí has de ser, caborón, lo que pasa es que te haces pendejo!"). A juzgar por la garrulería de nuestros políticos el ave nacional de México no debería ser el águila, sino el jilguero. Digo todo eso porque no debemos esperar mucho del debate -es un decir- entre los tres y medio candidatos a la Presidencia. El formato a que se ceñirán las discusiones -es otro decir- constriñe en tal manera a los debatidores -es un decir más, y ni siquiera admitido por el diccionario- que difícilmente permitirá el lucimiento de alguno de ellos. Me atrevo, sin embargo, a apostar por López Obrador, si es que él mismo no se amordaza con las prédicas de su república amorosa. AMLO es quien más verdades ha dicho a lo largo de la campaña, y quien ha presentado las propuestas más concretas. Es también el que tiene mayores recursos de polemista. Falta ver, sin embargo, hasta dónde su eventual triunfo en el debate de mañana puede acercarlo a Peña Nieto. Dicho de otra manera, falta saber si rollo mata carita. ¿Qué opina el amable lector? (El amable lector no contesta. Eso prueba que no es tan amable. El columnista, mohíno y atufado, narra un chascarrillo final y luego hace mutis mascullando palabras inaudibles). Don Asfodelo y don Languidio, octogenarios caballeros, charlaban en el parque. Don Asfodelo dijo de repente: "Debo irme. Es la hora en que le hago el amor a mi esposa". "¿Qué dijiste?" -preguntó don Languidio, que creyó no haber oído bien. Repitió su amigo: "Dije que debo ir a mi casa a hacerle el amor a mi mujer. Tres veces se lo hago cada día: a las 6 de la mañana, las 12 del mediodía y las 9 de la noche. En ocasiones se me mete lo loco, y añado una vez más, o dos, fuera de horario. Pero eso no sucede con frecuencia. Cuando mucho tres veces por semana". "¡No es posible! -se maravilló don Languidio-. ¿Estás tomando acaso alguna pastilla milagrosa, o bebes las miríficas aguas de Saltillo, cuya eficaz virtud potenciadora está bien comprobada?". "Ni una cosa ni la otra -contestó don Asfodelo-. Me basta untarme en la aludida parte un poco de arcilla de caolín. Con eso la tal región adquiere una granítica firmeza que me permite consumar las hazañas que he citado, y otras que no son para contarse aquí". Inquirió don Languidio lleno de ansiedad: "¿Dónde puedo comprar esa taumaturga arcilla?". Le informó don Asfodelo: "Se halla en cualquier tienda que venda artículos para trabajos manuales, dicho sea sin segunda intención. Ahí la puedes conseguir". No esperó más don Languidio. De inmediato averiguó la ubicación de la más cercana tienda especializada en manualidades, y presurosamente se dirigió hacia ella. Llegó desalado, y le preguntó a la joven encargada: "¿Tienen arcilla de caolín?". "Sí, señor" -respondió ella-. ¿Cuántos gramos quiere?". "Póngame 5 kilos" -pidió, anheloso, don Languido. Le advierte la muchacha: "Se le va a poner dura". Don Languidio se vuelve hacia los cuatro lectores de esta columnejilla y les pregunta muy intrigado: "¡Caramba! ¿Cómo es que todo mundo sabe de este producto, menos yo?". FIN.
debate.com.mx | Catón "Cuando conozco a una mujer espero tener sexo con ella en la segunda cita". Así le dijo Libidiano Pitorreal, salaz sujeto, a una linda chica. Preguntó ella, extrañada: "¿Por qué tan lento?". El médico le pidió a doña Cachalota que se desvistiera para examinarla. Ella obedeció y le dijo: "Me siento apenada, doctor. ¡Estoy tan gorda!". "Ni tanto -la tranquilizó el facultativo-. A ver, abra la boca y diga 'Mú'". Babalucas fue con su novia a un romántico paraje. Era de noche y no había luna, lo cual en modo alguno obstaba para que hubiera una completa oscuridad. Ella le dijo con amorosa urgencia: "¡Pídeme lo que quieras, Baba!". "Bueno -contesta el badulaque-. El otro día vi una bicicleta muy bonita". A los mexicanos no se nos da bien el diálogo. Lo nuestro es el monólogo. Sabemos perorar, pero no sabemos discutir. La discusión es un "nosotros". El discurso es un "yo". Y los mexicanos somos individualistas. A los estudiantes norteamericanos se les enseña a debatir; a la juventud de mi patria se le incita -todavía- a participar en concursos de oratoria. (Recordemos al juvenil, ampuloso orador que empezó su discurso diciendo: "Señoras y señores: yo no soy un Demóstenes". Le gritó un peladito desde la galería: "¡Sí has de ser, caborón, lo que pasa es que te haces pendejo!"). A juzgar por la garrulería de nuestros políticos el ave nacional de México no debería ser el águila, sino el jilguero. Digo todo eso porque no debemos esperar mucho del debate -es un decir- entre los tres y medio candidatos a la Presidencia. El formato a que se ceñirán las discusiones -es otro decir- constriñe en tal manera a los debatidores -es un decir más, y ni siquiera admitido por el diccionario- que difícilmente permitirá el lucimiento de alguno de ellos. Me atrevo, sin embargo, a apostar por López Obrador, si es que él mismo no se amordaza con las prédicas de su república amorosa. AMLO es quien más verdades ha dicho a lo largo de la campaña, y quien ha presentado las propuestas más concretas. Es también el que tiene mayores recursos de polemista. Falta ver, sin embargo, hasta dónde su eventual triunfo en el debate de mañana puede acercarlo a Peña Nieto. Dicho de otra manera, falta saber si rollo mata carita. ¿Qué opina el amable lector? (El amable lector no contesta. Eso prueba que no es tan amable. El columnista, mohíno y atufado, narra un chascarrillo final y luego hace mutis mascullando palabras inaudibles). Don Asfodelo y don Languidio, octogenarios caballeros, charlaban en el parque. Don Asfodelo dijo de repente: "Debo irme. Es la hora en que le hago el amor a mi esposa". "¿Qué dijiste?" -preguntó don Languidio, que creyó no haber oído bien. Repitió su amigo: "Dije que debo ir a mi casa a hacerle el amor a mi mujer. Tres veces se lo hago cada día: a las 6 de la mañana, las 12 del mediodía y las 9 de la noche. En ocasiones se me mete lo loco, y añado una vez más, o dos, fuera de horario. Pero eso no sucede con frecuencia. Cuando mucho tres veces por semana". "¡No es posible! -se maravilló don Languidio-. ¿Estás tomando acaso alguna pastilla milagrosa, o bebes las miríficas aguas de Saltillo, cuya eficaz virtud potenciadora está bien comprobada?". "Ni una cosa ni la otra -contestó don Asfodelo-. Me basta untarme en la aludida parte un poco de arcilla de caolín. Con eso la tal región adquiere una granítica firmeza que me permite consumar las hazañas que he citado, y otras que no son para contarse aquí". Inquirió don Languidio lleno de ansiedad: "¿Dónde puedo comprar esa taumaturga arcilla?". Le informó don Asfodelo: "Se halla en cualquier tienda que venda artículos para trabajos manuales, dicho sea sin segunda intención. Ahí la puedes conseguir". No esperó más don Languidio. De inmediato averiguó la ubicación de la más cercana tienda especializada en manualidades, y presurosamente se dirigió hacia ella. Llegó desalado, y le preguntó a la joven encargada: "¿Tienen arcilla de caolín?". "Sí, señor" -respondió ella-. ¿Cuántos gramos quiere?". "Póngame 5 kilos" -pidió, anheloso, don Languido. Le advierte la muchacha: "Se le va a poner dura". Don Languidio se vuelve hacia los cuatro lectores de esta columnejilla y les pregunta muy intrigado: "¡Caramba! ¿Cómo es que todo mundo sabe de este producto, menos yo?". FIN.