Empresa | Alberto Barranco
Luz en el túnel de Mexicana
Latente aún la posibilidad de declararla en quiebra ante el prurito de las autoridades para ubicar a quien la rescate, en su temor a otro ridículo, finalmente apareció una luz en el túnel de Mexicana de Aviación, al determinar un juez la presunta existencia de un fraude en la fase previa al desastre de la línea aérea
Viernes 22 de julio de 2011
1,079 lecturas
El dedo apunta al ex presidente de la compañía y accionista principal del grupo hotelero Posadas, Gastón Azcárraga Andrade, en la presunción de un saqueo a las arcas de la firma adquirida a precio de ganga.
La punta de la madeja se ubicaría en la venta a precio devaluado de la torre insignia de la compañía aérea, ubicada en la calle de Xola, en paralelo a un edificio adjunto.
Valuados los inmuebles catastralmente, es decir para efecto de pago de predial, en 507 millones 261 mil pesos, se colocaron en 422 millones 300 mil, equivalentes a 40 millones de dólares de febrero de 2006.
La operación se realizó unos meses después de la privatización de la línea aérea, cuyos activos estaban en custodia del tristemente célebre Instituto para la Protección del Ahorro Bancario.
El precio pactado fue de 165 millones de dólares, por más que el cálculo de los valuadores lo ubicaba en un mínimo de 700.
Aún así, el vendedor decidió devolver al comprador, supuestamente por un error de cálculo, 15 millones de billetes verdes, con lo que el costo final fue de 150.
El caso es que la empresa tenía en caja 30 millones de dólares, tantito de existencias líquidas, tantito de la reserva laboral y tantito de cuentas por cobrar de corto plazo, lo que virtualmente reducía el precio pagado a 120 millones.
El caso es que con los supuestos 40 millones de dólares recibidos por los inmuebles se amortizaba, de golpe, la tercera parte de éstos.
Lo inaudito del asunto es que, pese a ello, la empresa iniciaría un insólito juicio bajo la figura de Conflicto Colectivo de Naturaleza Económica, en cuya exposición de motivos dibujaba un panorama desolador… culpándose de ello a la “voracidad” de los sindicatos.
Según ello, pues, el contrato colectivo firmado con sus tres sindicatos estaba carcomiendo las entrañas de la empresa.
Se diría que poco faltaba para que Azcárraga y compañía salieran a la calle a pedir limosna.
Qué importa si en la fase previa los pilotos habían aceptado apretarse voluntariamente el cinturón para permitirle a la compañía ahorros por 25 millones de dólares.
El caso es que Mexicana ganó el pleito, lo que le permitió anular el Contrato Colectivo de Trabajo… en cuyo paso del plato a la boca se le cayó la sopa, al inconformarse judicialmente la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación.
El asunto rebotó a la Suprema Corte de Justicia, cuya resolución final y definitiva la dejó pendiente la apertura de un concurso mercantil solicitado por la empresa.
Lo curioso del caso es que en el intermedio, a contrapelo de la inopia declarada, Mexicana de Aviación empezó a quemar la pólvora en infiernitos, ya invirtiendo en pintar la totalidad de la flota aérea; ya manteniendo vuelos internacionales sin perspectiva de negocio, o pulverizando las tarifas en afán de liquidez, en escenarios de preventa.
¿Esquizofrenia?
¿Suicidio inducido?
¿Estrategia fallida? ¿Necesidad de forzar la quiebra?
El reflector apuntó de lleno a la compañía al exigirle al gobierno, vía el Banco Nacional de Comercio Exterior, que se convirtiera en su aval para lanzar al mercado un bono de deuda de 250 mdd.
La posibilidad naufragó ante la certeza de que la compañía había perdido la solvencia.
Aún así, el propio Bancomext le facilitaría un préstamo de 962 millones de pesos.
Antes había adquirido otro de Banorte por mil 500.
Como usted sabe, al final del día Azcárraga Andrade lanzaría la toalla en afán de evitar lo que hoy, justo, podría empezar a perseguirlo, vendiendo las acciones de la línea aérea a una firma denominada Tenedora K, tras la cual estaba el fondo de inversión estadounidense Advent.
Para entonces, la línea aérea le debía al fisco 140 millones de pesos, en tanto sus deudas con Aeropuertos y Servicios Auxiliares alcanzaban 350 millones, además de 997 a las empresas que le arrendaban los aviones.
Después se descubriría que la firma no había enterado a la Secretaría de Hacienda pagos del Impuesto Sobre la Renta e Impuesto al Valor Agregado retenidos a sus más de 8 mil trabajadores, además de desaparecer el fondo laboral.
En su época de gloria, siendo presidente del poderoso Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, Gastón Azcárraga Andrade se sentaría en un evento junto al entonces alcalde de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, ante cuya curiosidad le pondría al tanto:
—Soy el jefe de los pirruris.
¿Justicia para Mexicana?
Luz en el túnel de Mexicana
Latente aún la posibilidad de declararla en quiebra ante el prurito de las autoridades para ubicar a quien la rescate, en su temor a otro ridículo, finalmente apareció una luz en el túnel de Mexicana de Aviación, al determinar un juez la presunta existencia de un fraude en la fase previa al desastre de la línea aérea
Viernes 22 de julio de 2011
1,079 lecturas
El dedo apunta al ex presidente de la compañía y accionista principal del grupo hotelero Posadas, Gastón Azcárraga Andrade, en la presunción de un saqueo a las arcas de la firma adquirida a precio de ganga.
La punta de la madeja se ubicaría en la venta a precio devaluado de la torre insignia de la compañía aérea, ubicada en la calle de Xola, en paralelo a un edificio adjunto.
Valuados los inmuebles catastralmente, es decir para efecto de pago de predial, en 507 millones 261 mil pesos, se colocaron en 422 millones 300 mil, equivalentes a 40 millones de dólares de febrero de 2006.
La operación se realizó unos meses después de la privatización de la línea aérea, cuyos activos estaban en custodia del tristemente célebre Instituto para la Protección del Ahorro Bancario.
El precio pactado fue de 165 millones de dólares, por más que el cálculo de los valuadores lo ubicaba en un mínimo de 700.
Aún así, el vendedor decidió devolver al comprador, supuestamente por un error de cálculo, 15 millones de billetes verdes, con lo que el costo final fue de 150.
El caso es que la empresa tenía en caja 30 millones de dólares, tantito de existencias líquidas, tantito de la reserva laboral y tantito de cuentas por cobrar de corto plazo, lo que virtualmente reducía el precio pagado a 120 millones.
El caso es que con los supuestos 40 millones de dólares recibidos por los inmuebles se amortizaba, de golpe, la tercera parte de éstos.
Lo inaudito del asunto es que, pese a ello, la empresa iniciaría un insólito juicio bajo la figura de Conflicto Colectivo de Naturaleza Económica, en cuya exposición de motivos dibujaba un panorama desolador… culpándose de ello a la “voracidad” de los sindicatos.
Según ello, pues, el contrato colectivo firmado con sus tres sindicatos estaba carcomiendo las entrañas de la empresa.
Se diría que poco faltaba para que Azcárraga y compañía salieran a la calle a pedir limosna.
Qué importa si en la fase previa los pilotos habían aceptado apretarse voluntariamente el cinturón para permitirle a la compañía ahorros por 25 millones de dólares.
El caso es que Mexicana ganó el pleito, lo que le permitió anular el Contrato Colectivo de Trabajo… en cuyo paso del plato a la boca se le cayó la sopa, al inconformarse judicialmente la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación.
El asunto rebotó a la Suprema Corte de Justicia, cuya resolución final y definitiva la dejó pendiente la apertura de un concurso mercantil solicitado por la empresa.
Lo curioso del caso es que en el intermedio, a contrapelo de la inopia declarada, Mexicana de Aviación empezó a quemar la pólvora en infiernitos, ya invirtiendo en pintar la totalidad de la flota aérea; ya manteniendo vuelos internacionales sin perspectiva de negocio, o pulverizando las tarifas en afán de liquidez, en escenarios de preventa.
¿Esquizofrenia?
¿Suicidio inducido?
¿Estrategia fallida? ¿Necesidad de forzar la quiebra?
El reflector apuntó de lleno a la compañía al exigirle al gobierno, vía el Banco Nacional de Comercio Exterior, que se convirtiera en su aval para lanzar al mercado un bono de deuda de 250 mdd.
La posibilidad naufragó ante la certeza de que la compañía había perdido la solvencia.
Aún así, el propio Bancomext le facilitaría un préstamo de 962 millones de pesos.
Antes había adquirido otro de Banorte por mil 500.
Como usted sabe, al final del día Azcárraga Andrade lanzaría la toalla en afán de evitar lo que hoy, justo, podría empezar a perseguirlo, vendiendo las acciones de la línea aérea a una firma denominada Tenedora K, tras la cual estaba el fondo de inversión estadounidense Advent.
Para entonces, la línea aérea le debía al fisco 140 millones de pesos, en tanto sus deudas con Aeropuertos y Servicios Auxiliares alcanzaban 350 millones, además de 997 a las empresas que le arrendaban los aviones.
Después se descubriría que la firma no había enterado a la Secretaría de Hacienda pagos del Impuesto Sobre la Renta e Impuesto al Valor Agregado retenidos a sus más de 8 mil trabajadores, además de desaparecer el fondo laboral.
En su época de gloria, siendo presidente del poderoso Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, Gastón Azcárraga Andrade se sentaría en un evento junto al entonces alcalde de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, ante cuya curiosidad le pondría al tanto:
—Soy el jefe de los pirruris.
¿Justicia para Mexicana?