12 octubre 2009

DEL CORREO DEL BLOG

Compañeros, espero que nos podamos ver en este espejo, en especial les hablo a los sobrecargos de mexicana, aeroméxico, travel, click y aeromar, no se dejen engañar por una partida de "representantes" que solo les importa destruir al sindicato y para muestra lo ocurrido el mes pasado, cuando se paralizó este en la parte económica y por ende operativa, si no es porque la Sra. Clavel se puso a firmar los cheques junto con la Tesorera Wendy, ahorita ni a sindicato llegaríamos, hasta donde vamos a permitir que esa gente nos divida, es tiempo de unidad, que se dejen de sus cosas, la verdad, ante esto, lo menos importante es si fue o no destituida Lizzet Clavel, estamos por la supervivencia del sindicato y por lo tanto, de nuestras fuentes de empleo.


Lo que significa este documento es que a partir de hoy todos ustedes –los trabajadores de Luz y Fuerza del Centro– están despedidos! ¡De eso se trata el decreto de la extinción de la empresa. ¡Ya no tienen la certeza ni de cobrar su sueldo la próxima semana!”, soltó un dirigente del sindicato de la Universidad Autónoma Metropolitana, con una copia fotostática del Diario Oficial de la Federación en mano.

Quizá sin proponérselo, fue el orador invitado a quien tocó poner en dimensión la noticia, frente a miles de electricistas que poco antes de las tres de la madrugada todavía estaban incrédulos del sablazo que les metieron a la mala.

Habían pasado cuatro horas desde que se dieron a conocer los primeros reportes acerca de la ocupación de Luz y Fuerza del Centro por las fuerzas federales. Los trabajadores exigían información a sus líderes, como única forma de liberar un poco la angustia que provoca el intempestivo desempleo.

¡Basta de rollos motivacionales! ¡Plan de acción, plan de acción!, exigían los afiliados al SME, todavía con el enojo hacia sus líderes y a sí mismos, por haber permitido, decían, que creciera un conflicto electoral interno que los partió en dos.

El miedo y la incertidumbre se acentuaban con el sobrevuelo de helicópteros de las fuerzas federales, mientras se realizaban las incipientes cuentas de un finiquito no pedido.

Un orador y otro; más discursos y muestras de solidaridad, pero ningún asomo del plan de acción. Algunos del comité central llamaban a la paciencia, pero la base, la que manda, como dicen en el SME, estaba desesperada: “‘no somos borregos, cabrón... ¡ya ven a lo que nos llevaron sus pleitos! ¿Dónde está Martín?”, gritaban.

Pero entre un mitin y otro, abrumados por el desvelo y las preocupaciones, los manifestantes de pronto se permiten otras cavilaciones, pronunciadas en voz baja. Nos cambiaron la vida de un momento a otro, dice una mujer de talante amable, que trabajó 15 años en intendencia de LFC, jubilada hace tres años con una pensión de 110 pesos al día; una de esas privilegiadísimas agremiadas del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) que han sido señaladas en tono justiciero por locutores de radio y televisión desde hace algunos díaAl frente caminaban con los brazos enlazados dos líderes que apenas horas antes eran grandes rivales: el secretario general del SME, Martín Esparza, desconocido por la Secretaría de Trabajo antes del veredicto de la Junta de Conciliación y Arbitraje, y su contendiente por el liderazgo sindical Alejandro Muñoz, que impugnó el comicio interno de julio y atacó sin cuartel al dirigente ganador.

Aparecieron juntos, declararon que a partir de ayer desaparecían colores y rivalidades, caminaron hombro con hombro frente al enorme contingente desde el Monumento a la Revolución hasta la Secretaría de Gobernación, en Bucareli, y juntos entraron a la encerrona –infructuosa a la postre– con las autoridades federales, acentuando el mensaje de unidad, sin poder evitar que algunos se preguntaran si su tregua no llegaba demasiado tarde.

Para contener una marcha de 20 mil trabajadores, disciplinados y moderados, la Secretaría de Seguridad Pública movilizó a 4 mil antimotines y la policía capitalina a otros mil 500 elementos que resguardaron las calles aledañas al Palacio de Covián.

“Mi primer pensamiento cuando supe lo del golpe –dice un hombre mayor, sentado en el piso sobre la calle de Tres Guerras, con un compañero– es que fue un abuso de Calderón, que se aprovechó de un problema interno nuestro para dar la puñalada trapera.” Pasó 30 años de su vida en la empresa, recorrió todos los escalafones, desde peón hasta supervisor.

Su compañero estruja una botella de refresco vacía: Va a ser difícil doblegar a un sindicato como éste, que es vanguardia en las luchas de la clase trabajadora. Él laboró durante 28 años en la sección de líneas aéreas, donde los trabajadores se arriesgan día a día para reparar instalaciones con equipo anacrónico y materiales insuficientes. Cuenta que desde que amaneció siente un malestar aquí, señalando el esternón. Es por sentir que nosotros, que mantenemos iluminada la ciudad más grande del mundo, les estorbamos al gobierno y a los empresarios.

Nos pusieron enfrente al diablo del desempleo, dice un fortachón treintañero que de pronto se desploma en una de las aceras de la calle Antonio Caso, convertida en romería grave y azorada. Ya se imaginará usted: perder una chamba que uno creía segura es un golpe muy canijo. Él trabaja –¿trabajaba?– en las calderas de la subestación de Lechería. ¡Y es una soba que ni se imagina!

Mujeres de pants y gorra hacen ronda bajo el toldo de una abarrotería. Una voz se sobrepone indignada: Están violando los derechos de nuestros hijos; nuestros bebés. Son secretarias de la oficina central y muchas jefas de familia.