09 noviembre 2008

MUERTOS DE PRIMERA Y DE SEGUNDA


Sara Sefchovich
¿Todos iguales?
09 de noviembre de 2008

Así como en vida no todos somos iguales, así tampoco lo somos a la hora de la muerte. Cuando en 1969 se estrelló un avión en las cercanías de Monterrey y murieron muchos pasajeros, entre ellos mi tía y mi prima, era muy doloroso ver que ni quien las mencionara, pues las esquelas y discursos sólo hablaban del político tabasqueño Carlos Madrazo y del tenista Rafael Osuna. Y cuando en 2005 cayó el helicóptero en que viajaba el entonces secretario de Seguridad Pública, Ramón Martín Huerta, y varios funcionarios más, todos los cuales murieron, sucedió lo mismo.

Y es más, a la hora de la ceremonia presidida por Vicente Fox, una de las esposas se atrevió a increpar a las autoridades porque, según dijo, al menos dos de los féretros estaban vacíos, incluyendo el de su marido.

Con la tragedia del avión de la Secretaría de Gobernación se ha repetido el esquema: desde la colocación de los féretros en el Campo Marte hasta las esquelas y discursos ponen por delante a Juan Camilo Mouriño. Luego están las que lamentan la muerte de José Luis Santiago Vasconcelos, las que incluyen en letra más pequeña los nombres de los demás funcionarios fallecidos y algunas que también mencionan los de la tripulación de la aeronave. Una que otra agrega sus condolencias por la muerte de las personas que estaban en el lugar, a ninguna de las cuales se le llama por su nombre.

Cuando estudié a las esposas de los gobernantes de México, me llamó la atención que la historia no registró sus nombres y cuando lo hizo las llamó con distintos apelativos sin preocuparse demasiado por conocer el verdadero. Entonces atribuí eso a las dificultades de la información en esos tiempos, pero sobre todo al hecho de que las mujeres importaban poco, de modo que conocemos cómo se llamaba cada virrey y cada presidente de la República así estuviera en funciones 10 años o 45 minutos, pero no sucede lo mismo con su cónyuge.

En las esquelas y notas sobre el accidente, llama la atención que la sobrecargo, de apellido Carrillo, se llama indistintamente Gisel, Giselle, Gisely, Giselli, Gissel. Esto parecería insignificante, si no fuera porque los seres humanos somos quienes somos por nuestro nombre, y el bautizo, el registro civil o la circuncisión no sólo nos imponen un apelativo, sino que nos dan nuestra pertenencia a una familia, una comunidad, una iglesia, una nación. Pero al mismo tiempo, el nombre es lo que nos identifica en el mundo como individuos únicos, diferentes de los demás.

Samuel González se quejó de que el Presidente había hecho gran elogio del secretario de Gobernación y en cambio a quien se la había jugado en la lucha contra la delincuencia organizada sólo lo había nombrado en la lista de fallecidos, sin darle la importancia que en su opinión merecía.

Algo similar han hecho amigos de otros fallecidos. Pero de la tripulación se ha dicho muy poco, al punto que una amiga de la sobrecargo afirmó que dudó de si era o no a quien ella conocía porque el nombre no coincidía. Por respeto a ellos y a sus familias, habría que ser más cuidadosos.

Escritora e investigadora en la UNAM