David Páramo
Columnista de Excélsior.
La aviación nacional avanza, casi irreversiblemente, hacia la que podría ser la peor crisis de su historia puesto que se terminarían entregando los cielos a las empresas internacionales deprimiendo gravemente a la industria nacional.
Los elementos de la catástrofe siguen conjuntándose de una manera grave. Otra vez, parece que jamás se aprenderá la lección, se están dando guerras de precios en algunas rutas como tradicionalmente es la México-Tijuana, en la que el precio de los boletos ha disminuido casi 7% en el último año, mientras que en las rutas de menor competencia los precios siguen subiendo de una manera desproporcionada.
Por el otro lado. Las empresas de menor tiempo están comenzando a incurrir en prácticas equivocadas como irse a los mínimos de mantenimiento que llevan a situaciones vergonzosas como las de VivaAerobus, que trata de hacer creer que usar un avión sin una tapa “es normal” y que no expone la seguridad de los pasajeros.
Comunicados similares hacían Taesa, Aviacsa, Azteca y algunas otras que terminaron en tragedia o, por lo menos, en quiebra de sus operaciones.
La flota aeronáutica no ha crecido ni siquiera a los niveles previos a las dos crisis internacionales que sufrió este sector la década pasada (influenza y la caída de la economía global) e incluso hay indicios de que la expansión tenderá a disminuir por las condiciones propias del mercado en el cual no hay buenas perspectivas.
Las líneas aéreas están teniendo problemas financieros. Los últimos reportes trimestrales de Grupo Aeroméxico, presidido por Eduardo Tricio, muestran signos graves de preocupación en cuanto a la utilidad de la empresa y sus ingresos puesto que parecería que a pesar de tener una posición dominante en el mercado no encuentran el mecanismo para disminuir sus pasivos.
En unos días más, cuando terminen las vacaciones del Poder Judicial, la Suprema Corte de Justicia de la Nación deberá determinar de fondo el amparo presentado por los sobrecargos de Aeroméxico en contra del llamado contrato B en el cual se pagarían menores prestaciones y salarios a los de nuevo ingreso con respecto a los que ya tienen un puesto.
El amparo otorgado al sindicato establece que una empresa no puede hacer una distinción de este tipo, puesto que la Constitución establece que a trabajo igual debe corresponder un salario idéntico.
La resolución que dé la SCJN será muy relevante también para el contrato colectivo de Petróleos Mexicanos y Comisión Federal de Electricidad. Se plantea que el gobierno federal asuma el pasivo laboral (casi dos billones de pesos) a cambio de que se realicen cambios en el contrato colectivo.
Evidentemente el Congreso no puede quitar prestaciones a los trabajadores ni ordenar a la empresa que lo haga; sin embargo, sí crear incentivos para que en las negociaciones salariales se quiten aquellas cláusulas que disminuyen la capacidad de competencia de estas empresas de común acuerdo con la planta de trabajadores.
Crear un contrato B para los nuevos empleados de Pemex y CFE dependerá de la resolución que tome la SCJN en el caso de los sobrecargos de Aeroméxico.
Para la empresa presidida por Tricio el efecto neto es que no pueden aumentar la plantilla laboral.
Perspectivas
Ante la situación que atraviesan las líneas aéreas y las bajas probabilidades de que logren una solución adecuada en el corto plazo, para muchos se vuelve cada vez más atractiva la posibilidad de entregar los cielos a las empresas internacionales.
Si bien, como le hemos informado en esta columna se trata de una idea bastante antigua, la realidad es que la secretaria de Turismo, Claudia Ruiz Massieu, se ha convertido en una promotora incansable de, según ella, abrir los cielos para promover el turismo nacional e internacional.
La idea ha caído en oídos cada vez más fértiles no sólo de gobernadores que, en muchos casos, sólo pueden ver el interés de corto plazo de su entidad y no tienen capacidad para analizar un tema de relevancia nacional, sino entre algunos grupos aeroportuarios que están pidiendo que la apertura de los cielos se dé comenzando por puntos turísticos o de una manera escalonada en la cual se den mayores facilidades para que las líneas aéreas extranjeras aumenten sus frecuencias de y hacia estos destinos.
No han faltado los voceros de grupos aeroportuarios, quienes aseguran que la medida, incluso, beneficiaría a las empresas mexicanas porque sus talleres podrían dar servicio a más aviones y hasta convertirse en una suerte de alimentadoras.
Entregar los cielos y sin tener nada a cambio es un error. Sin embargo, parece que el país está en la ruta de cometerlo.