Crisis en el cielo: el vuelo número 29 de Aeroméxico, marcado para las 23:55 del pasado lunes, despegó puntual del aeropuerto Ministro Pistarini de Buenos Aires, pero luego de cruzar el nivel de 10 mil pies de altura en que las sobrecargos deben desarmar los toboganes de las salidas de emergencia, el capitán informó por los altavoces que el viaje directo al Distrito Federal tendría una duración de 9 horas y 45 minutos. Algunos pasajeros escucharon el mensaje extrañados, porque el avión era un 737-800, muy pequeño para un trayecto tan largo.
Cuatro horas después, el aparato empezó a descender, por sorpresa para la mayoría de sus ocupantes, pues la escala no estaba prevista ni anunciada, y aterrizó en el aeropuerto Jorge Chávez, de Lima. Los viajeros, confundidos, porque ni siquiera sabían dónde estaban y tampoco les permitían bajar a estirar las piernas, comenzaron a preguntar. Las sobrecargos los tranquilizaron: estaban en Perú y el avión sólo necesitaba recargar combustible.
Pero también dijeron otra cosa: desde que los precios del petróleo y de las tarifas aéreas se fueron a las nubes, Aeroméxico dejó de usar aviones de gran calado (tipo Boeing 767-300, con capacidad para 209 personas) en esa ruta, al ver que iban y venían semivacíos y ocasionaban grandes pérdidas. Así que decidió emplear naves más chicas, de 150 asientos, que funcionan con menos personal a bordo y le permiten economizar, incluso aunque deba cubrir los derechos de entrada y salida de aeropuertos intermedios en los que no cuenta con autorización para recoger pasajeros.
La medida, explicaron, es una canallada, porque obliga a pilotos y azafatas a participar en dos operaciones consideradas “de riesgo” (aterrizajes y despegues) extras en cada vuelo, sin pagarles sobresueldo. Esta política de “ahorro”, basada en la explotación ilimitada de los “recursos humanos” de la empresa, provocó hace meses una tragedia. Esta es la historia de Berta Escobar Fernández, que hoy, exactamente hoy, hubiera cumplido 54 años de vida.
Todos contra Andrea
Berta Escobar Fernández murió el domingo 8 de junio pasado en el área de cuidados intensivos de Médica Sur a consecuencia de un derrame cerebral masivo.
Era sobrecargo de Aeroméxico hacía 34 años. Cuando la antigua compañía del Estado mexicano fue vendida por el “gobierno” de Felipe Calderón, a mediados de 2007, a José Luis Barraza, ex presidente del Consejo Coordinador Empresarial, ella también empezó a resentir los cambios dictados por el nuevo amo.
Por su experiencia y prestigio, Berta fue seleccionada para integrar la tripulación que cubre regularmente la nueva ruta de Aeroméxico a Tokio con escala en Tijuana: un viaje de 23 horas que, en realidad, requiere de dos equipos de asistentes de a bordo, pero que la visión empresarial de Barraza redujo a uno, con toda la esclavitud que ello implica para las pobres navegantes del cielo.
A finales de mayo de este año, luego de ir y venir de Tokio, Berta fue enviada a Estados Unidos. Andrea Escobar, su única hija, cuenta que había regresado de Asia agotada y deprimida pero que en Nueva York comenzó a sufrir intensos dolores de cabeza, cada vez más fuertes, a tal grado que ya no pudo viajar con sus compañeras de equipo en el retorno al DF y se reportó enferma.
Desde el hotel donde se hospedaba llamó en repetidas ocasiones a la encargada de Aeroméxico en aquella ciudad para solicitarle ayuda. Al sentir que empeoraba, se dirigió por su cuenta a un hospital donde le pusieron una inyección contra el dolor y la mandaron de vuelta en un taxi.
Al otro día acudió a un segundo hospital, donde le practicaron estudios de alta precisión y le diagnosticaron “micro” derrames cerebrales.
¿La causa? El exceso de trabajo, que le impidió gozar del número de horas de descanso reglamentarias que necesitaba para reponerse de los continuos cambios de presión ocasionados por los frecuentes aterrizajes y despegues. Peor todavía: aunque estaba tan enferma, cuenta su hija Andrea, los de Aeroméxico “la metieron en un avión, sabiendo que no podía viajar en avión, y prácticamente se deshicieron de ella”. Y aún peor: cuando Berta llegó a su casa, sufrió un nuevo derrame cerebral y fue trasladada a Médica Sur, donde permaneció una semana en coma. Prueba de su estancia en ese lugar es una carta que El Correo Ilustrado publicó el 8 de junio pidiendo “sangre de cualquier tipo, RH negativo, para la señora Berta Escobar”.
Pero hay otras pruebas de su padecimiento. Denuncia Andrea: “Aeroméxico despidió a mi mamá para no encargarse de sus gastos médicos. La fecha de su despido es de antes de que se pusiera mala en Nueva York. Y no nos lo dijeron a nosotros. Yo, como su hija, era responsable de ella y cada día en Médica Sur me traían una carpeta con un montón de hojas de letra chiquita para actualizar sus gastos. Nuestra familia pagó todo, Aeroméxico ni siquiera preguntó cómo estaba.”
Y hay más: ahora los dos hospitales de Nueva York adonde acudió Berta envían repetidas amenazas a Andrea, exigiéndole que cubra las atenciones que le brindaron a su madre. Las facturas están en dólares, pero “son millones de pesos”. José Luis Barraza, uno de los hombres más ricos de México, fue una pieza clave en el fraude electoral de 2006 que incrustó a Calderón en Los Pinos. Andrea tiene 18 años.